17 de mayo de 2016

[KaiSoo] Staring at the Moon: Capítulo Final (I)


1962, Campamento Militar de Busan.
La luna apenas iluminaba el campamento, se empujaba con debilidad por las ventanas del pabellón de deportes que se había tenido que convertir en dormitorio provisional a causa de las fortísimas lluvias recientes. Al menos 350 soldados roncaban apaciblemente, soñando con volver a casa, a sus familias y amigos.
Dos jóvenes, sin embargo, se miraban el uno al otro, separados por unos 20 centímetros de cemento pulido. Sonriendo suavemente, mientras escuchaban la lluvia golpear con violencia la gran puerta de metal. En aquella noche de Mayo, ya apenas hacía frío.
- ¿No puedes dormir?- Susurró Jinyoung, de entonces apenas 20 años. Sooman negó con la cabeza, sin dejar de mirarle.
- No es que no pueda, es que no quiero.- Jinyoung rió en voz baja, con cuidado de no despertar a ninguno de sus compañeros.

- Odio que tengamos que dormir aquí, no hay ningún sitio además de los vestuarios donde podamos ir a hablar.- Jinyoung se incorporó lentamente, cansado después de un día de entrenamiento. Sooman le imitó.
- Pues vayamos allí, tenemos que hablar.- Jinyoung hizo una mueca de preocupación exagerada.
- ¿Qué ocurre? ¿Quién ha muerto?
- Nadie aún, no debe de faltar mucho de todas formas. - Sonrió Sooman. - No te preocupes. Pero vamos. Aquí no podemos arriesgarnos a que nos escuchen.
- Y si ya lo están haciendo, nos van a acusar de espías mínimo.
- Probablemente.
- Genial. Mañana a prisión.
Ambos rieron y se escabulleron entre los sacos de dormir en dirección a un oscuro pasillo, todo recto hasta llegar a los vestuarios.
Una de las duchas goteaba, pero era apenas audible debido a la pesada lluvia. No hacía muchos días ambos, junto a otro grupo de soldados, habían sido encomendados en rodear el borde de la ría con sacos de arroz para evitar que inundase las viviendas colindantes.
Se sentaron en los bancos de madera, justo enfrente de las taquillas con nombres tachados y sustituidos por nuevos. Las suyas, por capricho del azar, estaban juntas. Al igual que llevaban ellos desde que se conocieron en el registro militar, hacía unos 4 años.
Sooman se acercó a Jinyoung, que mantenía la espalda apoyada en la pared, relajado, con los ojos cerrados, escuchando el ritmo del agua. Apoyó la cabeza en su hombro, haciéndole despertar de su ensimismamiento.
- ¿Dónde crees que estarás dentro de 20 años? - Susurró Jinyoung, acariciándole una mejilla con el pulgar. Sooman le miró, sorprendido por la pregunta. Jamás se habían molestado en hablar del futuro, no era seguro, no era algo que se pudiese visualizar en la Corea de los años 60.
- ¿A qué viene eso? - Respondió, ronroneando en su interior al roce de las ásperas manos de su amante. En el bolsillo interior de su camisa, una carta arrugada palpitaba con vida propia. Esa carta que le había hecho desgarrarse las cuerdas vocales en la orilla del mar al leerla. Odiaba esa carta… Era la causante de una semana de pesadillas, preocupaciones, indecisión y dolor. Mucho dolor.
- La semana pasada, cuando el sargento me llamó, tú estabas recogiendo tu correspondencia, y me dio unas noticias que no supe cómo tomarme.
- ¿Qué noticias?
- Podría ser que me manden como infiltrado a Corea del Norte… Me ascenderían, y si volviese a salvo, lanzaría mi carrera sin límites, a infinitas posibilidades. Pero…
Sooman hiperventiló por un momento, sintiéndose sofocado. La carta ya no palpitaba, ardía al rojo vivo sobre su propio pecho.
- ¿Y tu familia?- Jinyoung le miró, apartándose de él un poco, lo suficiente para poder alzar la mirada al techo y sonreír con tristeza.
- No es mi familia lo que me hizo recibir las noticias con indecisión… - Murmuró, llevándose la mano a la cara, frotándose los ojos. - Sino la idea de que podría no volver a verte jamás.
Sooman se quedó en blanco por unos segundos. ¿Qué decir a semejante confesión?
Desde que se habían conocido, ninguno había decidido ponerle etiquetas a aquello, a pesar de que ambos en sus corazones sabían que la palabra “amor” era la mejor descripción a aquella conexión.
Ambos habían sido criados en casas conservadoras y ricas, educados para el éxito, la fama, el matrimonio y la formación de sus herederos. La idea de un hombre sintiendo algo más que amistad por otro hombre no era compatible con su educación. Era atroz, detestable, digno de prisión. Ellos no eran asquerosos, no eran monstruos de esa clase… Simplemente lo habían dejado en el limbo. Era mucho más fácil llevarlo sin etiquetas ni encajonamientos.
- Me pidieron que avisase lo antes posible. - Añadió. Sooman no mostró reacción alguna.
- La verdad es que no sé qué decir. - Respondió después de unos minutos de silencio.- No te voy a engañar, Jinyoung, pero es una buenísima oportunidad de hacer carrera en el ejército. Me dijiste que te enlistaste con ese objetivo, no como yo, que vine por obligación y sin intención de pasar aquí más de dos años. Si se ha alargado ha sido porque…- Calló de nuevo y bajó la cabeza.- Da igual. El caso es que no voy a ser capaz de alargarlo mucho más.
Jinyoung dirigió la mirada hacia él.
- No comprendo.
Sooman se llevó la mano al pecho, sacando una carta de debajo de la tela. El sello estaba casi despegado a causa de la humedad, y las esquinas tan dobladas que estaban a punto de romperse.
- Recibí una carta la semana pasada. Esta carta. Tengo que volver a casa muy pronto.- Jinyoung frunció el ceño.
- ¿Ha pasado algo? ¿Un accidente?- Sooman tragó saliva y suspiró. Le dolía la cabeza.
- Me voy a casar, Jinyoung.
De nuevo, el silencio se manifestó en los vestuarios. Jinyoung lo rompió después de unos minutos de confusión y miradas no correspondidas. Sooman mantenía la cabeza baja.
- Pero… No lo entiendo. ¿Y nosotros?- Su voz sonaba suplicante, no como él querría que sonase. Pero la desesperación, nueva para él, estaba abrazando su pecho dejándole apenas respirar.
- No tengo opción, no es lo que quiero, pero no puedo estar aquí para siempre. Mi familia necesitará un nuevo heredero muy pronto, y no tienen a nadie que pueda proporcionarles uno excepto yo.
- Si no es lo que quieres, ¿por qué lo vas a hacer? Eres un hombre adulto y libre, ¿por qué tienes que escuchar lo que te dicen tus padres? ¿Cuántos años tienes? Decide por ti mismo, ¡sé un hombre!
Las palabras de Jinyoung, sin embargo, no decían verdad alguna. Sooman jamás había sido libre, jamás se había sentido libre, y había dejado ese sueño volar muy lejos hacía ya demasiados años.
- No puedo ignorar las órdenes de mi padre. - Respondió con debilidad.- Debo de dejar el ejército lo más pronto posible. La boda sucederá en un mes.
Jinyoung resopló, incorporándose y caminando hacia las taquillas con los brazos cruzados. Sooman observó su espalda alejarse, pero no demasiado, antes de que se girase y Jinyoung le dedicase una expresión que Sooman jamás le había visto.
- Vámonos juntos. - Susurró Jinyoung. Sooman le escuchó, pero estaba seguro de que era una mala interpretación de su cerebro. No era posible que hubiese dicho algo así. Jinyoung leyó su mente.- Sí, vámonos. - Repitió, esta vez en voz alta y clara. Sooman no podía salir de su asombro. - ¿Por qué no? Tú no quieres heredar la empresa de tu familia, me lo has dicho innumerables veces, y yo tampoco siento pasión hacia la idea de ser fusilado por uno de los de arriba.
- ¿Irnos a dónde? - Respondió, sin salir de su asombro.
- No lo sé, a donde sea. Vayámonos a un lugar donde nadie nos conozca, donde podamos ser nosotros mismos, donde podamos ser libres.- Sooman bajó la mirada, tragando saliva. Jinyoung se acercó a él, acuclillándose enfrente y mirándole a los ojos con una sonrisa de emoción en el rostro.- No lo estás visualizando… Es un lugar verde y azul, quizás en el Norte, o quizás en el Oeste, no lo sé, pero podemos encontrarlo juntos. Es hermoso, donde el cielo es siempre azul, siempre es primavera. Siempre juntos, tumbados en el césped, observando las escasas nubes que vuelan sobre nosotros. En ese lugar, podemos darnos la mano, podemos besarnos, podemos tocarnos. Nadie puede decirnos nada porque estaríamos solos. Sin uniformes, sin títulos a heredar, sin compromisos…
Sooman le miró, y sonrió con suavidad, acariciándole la mejilla. Jinyoung borró su sonrisa. Sooman no estaba viendo lo mismo que él.
- Jinyoung… Ese lugar no existe. Suena maravilloso, pero no existe.- Susurró.- He de volver a casa, he de casarme, y he de continuar el legado de mi familia. Es para lo que he sido traído a este mundo.
Jinyoung frunció el ceño y se incorporó, dándole la espalda a Sooman. Le dolía el pecho.
- Entonces, ¿es esto una despedida? - Masculló, tensando la mandíbula. Le costaba respirar, le dolía usar los pulmones. Quería llorar, pero no iba a ocurrir. No pensaba mostrar debilidad alguna. Su corazón se rompía por segundos, pero él se las apañaba para mantener las piezas en equilibrio de alguna manera.
- Ojalá pudiese ser de otra forma, ojalá pudiésemos ir a ese lugar que quizás sea en el Norte o quizás en el Oeste, pero no podemos. No podemos dejarlo todo atrás por un arrebato. No es lo que haría un buen soldado.
Algo explotó en el interior de Jinyoung, y se giró con furia, los ojos enrojecidos, sus piezas perdiendo el equilibrio y desplomándose por todo el vestuario, rompiéndose en cientos de miles de pedazos. No le quedaba un corazón al que intentar proteger.
- Puede serlo, pero no quieres.- Bramó. - Y no me hables de auténticos soldados, porque lo que un auténtico soldado haría, sin dudarlo dos veces, sería luchar por lo que le dicta su corazón, ya sea defender su patria o la persona a la que ama. Tú no eres un verdadero soldado, Sooman, lo que tú eres es un cobarde, alguien tan acomplejado y torturado que no es capaz de pensar por sí mismo, de soñar, de vivir.
Sooman le miraba con los ojos como platos. Iba a despertar a todo el pabellón como no se calmase.
- Y te diré algo más… - Dijo, avanzando hacia Sooman, que le miraba con los ojos húmedos y la respiración entrecortada.- Viviendo con esa mentalidad jamás serás capaz de ser feliz. - Su tono bajó gradualmente, hasta convertirse en un susurro compasivo. Cargado de lástima.- Jamás podrás ver el cielo azul en un día nublado ni sentir el calor del sol en invierno. Es una lástima que no vayas a poder ver los colores de las flores ni aprecies su aroma… Me da mucha pena, Sooman. Ojalá pudiese ser diferente, pero no está en mi mano ayudarte a abrir los ojos. Solamente tú puedes hacerlo.
Jinyoung bajó la mirada, se mordió el labio y susurró un “adiós” en el mismo momento en el que el sol, por primera vez desde hacía días, decidía asomarse por las ventanas. Estaba amaneciendo.
Sooman no pudo moverse, pero en cuanto escuchó la puerta de los vestuarios cerrarse, se llevó la mano al pecho y, cual recién nacido, lloró. Lloró porque se sentía desprotegido, se sentía débil, solo en un mundo que no estaba hecho para él. No supo decir cuánto tiempo lloró en soledad, tumbado en posición fetal en aquel banco de madera, enfrente de su taquilla, pero pudieron ser horas que le parecieron días.
Cuando por fin sus piernas le dejaron incorporarse y volvió al pabellón donde todos sus compañeros estaban ya listos para empezar el día, no hubo rastro de Jinyoung.
Rumores ciertos decían que había entregado sus papeles y había pedido que le mandasen de espía cuanto antes en el país vecino. Rumores falsos decían que había pedido que le dejasen abandonar el ejército y le habían encerrado por desertor. En lo que todos coincidían era en que todos le habían visto llorar.
Cinco días después, Sooman colgó el uniforme y su familia le recogió en un coche para no volver jamás.
Tres semanas después, Sooman estaba sentado en un inmenso salón, su mujer Do Sora a su lado, dándoles la mano y las gracias a todos los invitados que habían asistido a su boda. Do Sora era la mujer más hermosa que él había visto en toda su vida, sin embargo, no sentía absolutamente nada por ella. No había sonreído desde aquella noche de lluvia en el pabellón.
Marcaban las diez de la noche, cuando ambos se encontraban juntos en la nueva casa que les habían regalado los padres de Sooman. Una mansión inmensa de decoración exquisita y valor incalculable. Entonces, uno de los mayordomos se acercó con una carta en la mano y se la dio a Sooman.
- ¿Qué es esto? - Preguntó.
- La ha traído personalmente un oficial, Señor.- El mayordomo no dijo más y se disculpó, saliendo del salón en el que Sooman estaba sentado con su mujer.
- Seguramente sea la disculpa de alguno de tus amigos del ejército que no ha podido venir a la boda.
- Puede. - Sooman frunció el ceño, abriendo la carta con cuidado.
Lo que ocurrió después fue muy confuso. La carta cayó al suelo, hubo gritos y empujones, Do Sora en el suelo, chillando a Sooman que se calmase, cristales rotos y portazos.
Cuando Sooman se dio cuenta, estaba en su estudio, sentado en la butaca de cuero negro con un vaso de whiskey en la mano. Mitad whiskey, mitad lágrimas.
En su mano, arrugado hasta hacerse una bola, se encontraba un trozo de la carta. En este pedazo no podíamos leer mucho salvo:
“Do Sooman, en nombre de sus compañeros y hermanos del servicio militar, lamentamos informarle del fallecimiento de Park Jinyoung, amigo y compañero de nuestro pelotón. El funeral se celebrará…”
Y nada más. Eso fue lo único que sobrevivió en el corazón de Sooman. Odio, arrepentimiento, dolor y frustración. El resto fue enterrado junto a Jinyoung una semana después en un funeral que cambió su vida para siempre.

La luna brillaba en el cielo. Kyungsoo miraba por la ventana al jardín, decorado para la boda que comenzaría en apenas unas horas, en cuanto el sol apareciese de nuevo y la luna se despidiese.
Filas y filas de sillas blancas con flores en el respaldo rodeaban el altar, también forrado con flores naturales. Una alfombra blanca y larga donde mañana caminaría su esposa dividía las sillas en dos zonas, y la fuente había sido decorada con luces para hacer la vista todavía más hortera.
Kyungsoo notó que le faltaba el aire. Intentó abrir la ventana, pero un candado enorme en el exterior se lo impedía, el mismo que se encontraba en su puerta. Se había convertido en un animal de zoo, una mascota a la que ir a visitar cuando no había nada mejor que hacer.
Su madre había llamado al cerrajero para instalar candados de proporciones exageradas en todas las puertas y ventanas de la habitación de Kyungsoo. Le dolía pensar que si él estaba siendo encerrado de esta forma, ¿cómo tendrían a Jongin?
Llevaba sin verle semanas, estaba volviéndose loco. Se negaba a comer lo que le traían, y no le había dirigido la palabra a su madre en ninguna de las numerosas ocasiones en las que había visitado a su hijo.
- Pruébate el traje, Kyungsoo.
- Vete a la mierda.
Él apenas la consideraba su madre, era aquella bruja que le obligaba a hacer lo que ella quería, y si él se negaba, pues bofetada. Él jamás consideraría ponerle la mano encima a una mujer, pero se estaba replanteando sus principios. Se estaba volviendo loco.
Si a él apenas le alimentaban, Jongin a estas alturas debería de estar muerto. Solamente la idea hizo que se le encogiese el corazón.
Kyungsoo se dirigió a su mesilla de noche, abrió el cajón y sacó una caja de madera, donde doblado con muchísimo cuidado se encontraba el dibujo que Jongin le había regalado por su cumpleaños. Observó la imagen, con dos niños pequeños cogidos de la mano, sonrientes hasta el punto de que sus mejillas seguramente dolían.
Sonrió con los ojos humedecidos. Cómo extrañaba a Jongin… No le importaba lo que le pudiesen hacer a él mismo, que le pegasen, torturasen, le dejasen morir de hambre o duchasen con agua helada… No le importaba mientras supiese que Jongin estaba sano y salvo, pero no lo sabía, no había forma de saberlo, y no podía más. Necesitaba salir de ese lugar, abrazarlo, ayudarlo a huir, aunque él tuviese que quedarse atrás.
En ese momento escuchó a alguien abriendo el candado de la puerta. Corrió a esconder el dibujo debajo del colchón y se tiró encima de la cama, preparado para hacerse el dormido. Miró el reloj de encima de la mesa de reojo; eran las 3 de la mañana. ¿Qué hacía su madre despierta a esas horas la noche antes de la boda?
Cerró los ojos en cuanto escuchó la puerta chirriar al abrirse y pasos acercarse hacia él. Una mano gentil le sacudió con delicadeza y una voz suave le llamó en un susurró.
Abrió los ojos, sorprendido.
- ¿Jieun? ¿Qué haces aquí? - Dijo Kyungsoo, sorprendido. La mujer le sonrió con cariño, peinándole en cuanto él se incorporó.
- Vengo a sacarte de aquí, cielo. Date prisa, no tenemos mucho tiempo. - Respondió, abriendo la mochila que llevaba en su mano y tendiéndosela a Kyungsoo.- Mete solamente lo básico. En el bolsillo están las llaves de uno de los coches, cógelo y sal de aquí.
- No me voy a ir a ninguna parte sin Jongin. - Reprochó Kyungsoo, metiendo ropa aleatoria, sus ahorros y tarjetas de crédito a nombre de su padre.
Jieun sonrió.
- Lo sé. - Dijo. - Te está esperando en la puerta principal.
Kyungsoo abrió mucho los ojos y no pudo evitarlo, corrió a abrazarla. Jieun río musicalmente, al igual que lo hacía su hijo y le devolvió el abrazo.
- Date prisa, cielo, no tenemos apenas tiempo. Tu madre podría despertarse en cualquier momento.
Kyungsoo corría de la mano de Jieun, saliendo de la habitación y bajando los escalones hacia el primer piso a toda prisa.
Kyungsoo frenó de repente cuando una figura en el lobby se movió en la oscuridad. Sintió su corazón pararse y su respiración entrecortarse.  La figura también se quedó quieta, y se giró lentamente. En ese momento, la luna les ayudó, filtrando su luz por las inmensas ventanas y ambos se miraron con los ojos enrojecidos y húmedos. Kyungsoo dejó caer la mochila al suelo y corrió, corrió hasta que sintió perder el control de sus piernas, a abrazar a Jongin, quien lloraba en silencio con una amplísima sonrisa en su rostro. Se estrellaron el uno contra el otro en un abrazo que les estrujaba las costillas hasta el punto de doler, pero les encantaba, por fin podían verse después de lo que les había parecido una eternidad.
Jieun les observaba, emocionada, desde las escaleras, con la abandonada mochila de Kyungsoo en la mano y, al igual que su hijo, una entrañable sonrisa en el rostro.
- Hijos, - Dijo por fin, rompiendo el círculo de abrazos, miradas, sollozos y más abrazos. - no os olvidéis de que estamos en un apuro aquí. Tenemos que darnos prisa.
Ambos asintieron, separándose y tomándose de la mano, al igual que en el dibujo, a salvo en la mochila de Kyungsoo.
- Jieun, ven con nosotros, por favor. - Le rogó Kyungsoo. Jongin bajó la mirada, él también había estado rogándole a su madre que se les uniese, pero la respuesta no fue distinta para él. La mujer negó lentamente y continuó bajando las escaleras hasta estar frente a frente con ellos.
- No puedo… No puedo. Ojalá pudiese, pero solamente os ralentizaría, y eso es lo último que quiero. Cuando estéis a salvo, donde quiera que vayáis a estar, iré a visitaros, os lo prometo. Pero alguien tiene que estar aquí para ralentizar que la Señora Sora os encuentre.
Jongin suspiró.
- Mamá, te lo he dicho, si intentas frenar a Sora poniéndote delante de ella, te atropellará sin mirar atrás. Ambos lo sabemos. - Kyungsoo asintió, y la mujer sonrió.
- No os preocupéis, de verdad. Estáis perdiendo valioso tiempo estando aquí parloteando en lugar de conduciendo hacia el aeropuerto.
En ese momento, las luces del tercer piso se encendieron, haciendo que a todos se les helase la sangre. Jongin miró con pánico a Kyungsoo, que al mismo tiempo también le miraba con la misma expresión. La única que logró reaccionar fue Jieun, que corrió a empujarlos fuera del lobby. Abrió la puerta y los empujó con violencia hasta que estaban pisando hierba.
Los dos niños la miraron con los ojos húmedos.
- Mamá,- Rogó Jongin de nuevo.- por favor, ven con nosotros.
La mujer sonrió de nuevo, dándoles un beso en la mejilla a cada uno de ellos y así, completando la despedida.
- Escribidme, ¿vale? - Susurró, corriendo de vuelta a la puerta. Jongin sollozó, y Kyungsoo le arrebató la bolsa que llevaba en la mano, haciendo que le mirase.
- Corre. - Urgió, corriendo él en dirección al garaje. Jongin le siguió, no sin antes ver la puerta de aquel infierno que era la casa, cerrarse.
Dentro del lobby, Jieun cerró la puerta con cuidado, pero ya era inútil. Sora la miraba desde las escaleras, con una ceja enarcada, envuelta en su bata de seda japonesa.
- Jieun, ¿qué haces despierta a estas horas? - Siseó. Jieun sintió miedo, pero no lo dejó ver. Estaba harta de la señora que le había hecho la vida imposible a ella, a su hijo y a Kyungsoo.
- Me pareció escuchar a alguien en el jardín y salí a comprobarlo, Señora. - Respondió, completamente seria.
- ¿Sí? - Sonrió la dueña de la casa.- ¿Y viste a alguien?
- No, señora. Con su permiso, vuelvo a la cama. Mañana es un día largo.
- Por supuesto. - Añadió Sora, sin borrar la malvada sonrisa de su rostro. Jieun se disponía a subir las escaleras, hasta que las cuidadísimas manos de su jefa le lanzaron un objeto a los pies. La sangre de Jieun se heló de nuevo al observar el candado de la habitación de Kyungsoo, abierto, tirado a sus pies.- Pero antes… - Continuó.- Quizás podrías explicarme por qué la habitación de mi hijo está vacía, los zapatos de Jongin no están, y las llaves del Mercedes de mi marido tampoco.
Jieun temblaba.
- Verás,- Continuó Sora, bajando las escaleras lentamente.- he gastado una cantidad ofensiva de dinero en esta boda, al fin y al cabo mi único hijo solamente se casará una vez…- Comentó, haciéndole un gesto con la mano a Jieun para que la siguiese. La sirvienta obedeció, asustada.- Cáterin, ceremonia, luna de miel, decoración, el traje del novio y de la novia, regalos… Sin contar lo importante que será la opinión de los invitados para futuras inversiones en la empresa familiar. ¿Entiendes?
- Sí, señora.- Susurró Jieun, siguiéndola obedientemente hacia el salón del piano, donde Sora se sirvió una bebida. Le dio un trago antes de continuar.
- Si entiendes lo importante que es esta boda para la familia, entonces puedes explicarme por qué has dejado huir a mi hijo con esa basura que es el tuyo, ¿no?- Finalizó, dándole otro trago al whiskey. Le añadió otro hielo.
Jieun frunció el ceño por un segundo ante la falta de respeto de la jefa hacia su hijo.
- No sé de qué me está hablando, señora.- Dijo.
Sora rió, agitando ligeramente el vaso en su mano, haciendo tintinear los hielos.
- ¿Te crees que soy estúpida, Jieun?
- No, señora…
- Entonces no puedo explicarme cómo es que tu hijo ha podido escapar del sótano sin zapatos, especialmente cuando yo misma pedí al servicio que esparcieran cristales por todo el suelo. Ni mi hijo, que tenía unos candados de medio quilo cada uno, en cada puerta y ventana accesible para él. Casualmente, solo tú estás despierta. Casualmente, estoy viendo la llave de los candados de Kyungsoo asomarse en tu bolsillo.
Jieun estaba entre la espada y la pared.
- Señora, lo que usted iba a hacerle a su hijo no era justo. El chico se merecía una oportunidad de ser feliz.
- ¿Y quién eres tú, sirvienta, para decidir qué es lo que mi hijo merece o no merece? - Reprochó Sora, sin sonreír y la voz tensa.
- La madre de la persona a quien su hijo ama.- Sora abrió mucho los ojos, incorporándose y acercándose a Jieun con el rostro rojo de la rabia.
- Para ser madre, has de tener un hijo, y lo tuyo no es un hijo, es un accidente andante que te ocurrió por furcia. Por abrir las piernas al primer paisano al que viste pasar. Un accidente sin educación, dinero, ni sangre para respaldarlo y tener un futuro. Nació en esta casa, y se pudrirá en esta casa. En el sótano al que pertenece.
Sora escupió en la cara de Jieun antes de darle la espalda. Jieun la miró con furia, y en un arrebato, agarró la botella de whiskey que descansaba en la mesa y la estrelló con todas sus fuerzas en la cabeza de su jefa, que se desplomó en el suelo, gimiendo de dolor, arrastrándose con lentitud.
Jieun entonces se dio cuenta de lo que acababa de hacer, iría a prisión por agredir a una de las mujeres más poderosas de Corea… Temblando, soltó los restos de la botella que quedaban en su mano y su primera reacción fue correr hacia Sora.
- ¡Señora, lo siento muchísimo! ¿Se encuentra bien?- La ayudó a incorporarse y la sentó en el sofá. Sora estaba sangrando, pero estaba consciente.
- Estoy bien.- Respondió, arrastrando las palabras.
- Voy a llamar a una ambulancia, usted espere aquí. - Dijo, alejándose de su jefa con cuidado, por si acaso se desmallaba. Sora le hizo un gesto con la mano de que se fuese sin problema, pero en cuanto Jieun le dio la espalda, algo en sus ojos cambió, tornándose agresivo y despiadado. Sora se incorporó a toda velocidad, tambaleándose hacia la pared donde estaba colgada la preciada escopeta de caza de su marido, y girándose hacia Jieun, que también se había girado al escuchar los pasos, le sonrió.
- No pasa nada, te perdono.- Masculló, presionando el gatillo. Jieun cayó al suelo, y Sora la miró con una ceja enarcada. - Eso fue fácil…
Suspiró, girándose hacia su bebida y soltando la escopeta, que cayó al lado de Jieun al suelo. - Lástima… A nadie le queda la plata como le quedaba a ella…- Murmuró al pasar a su lado, en dirección a la cocina, donde se encontraba el teléfono de la primera planta.

Jongin y Kyungsoo conducían por una carretera secundaria. Jongin sollozaba en el asiento del copiloto mientras Kyungsoo conducía en silencio, preocupado por Jieun. Tenía un mal presentimiento, su madre no era precisamente la persona más comprensiva del mundo… Su plan era conseguirle a Jongin un pasaporte, ir al aeropuerto y una vez fuera del país, ayudarla a salir de allí, pero en ese momento su prioridad era poner a Jongin a salvo.
- Conozco a alguien que podría tener listo un pasaporte para ti mañana por la noche, Jongin.- Comentó. Jongin no reaccionó.- Pero esta noche necesitamos un lugar donde dormir…
Suspiró ante la falta de reacción de Jongin. Estaba asustado, lo entendía, pero necesitaba ayuda. No podía hacerlo todo él solo… Pero le entendía, le daría un par de horas antes de perder los papeles y entrar él también en modo autista.
Una señal de que había un hostal para camioneros y viajeros le llamó la atención. Era un lugar sin lujo alguno, estaba seguro de que ni a su madre ni a ninguno de sus contactos se les ocurriría buscarlos allí.
- Jongin, vamos a dormir en un hostal, ¿vale? Y cuando lleguemos, necesito que despiertes y empieces a reaccionar de alguna forma a lo que yo digo o vamos a estar en graves problemas, porque tú no eres el único que necesita volverse loca y actuar como un idiota por un rato.- Jongin se giró y le miró, sorprendido por sus palabras.- ¿Vale o no?- Le apuró Kyungsoo. Jongin asintió lentamente. - Me vale.

En la mansión de los Do, Sora se encontraba en la cocina, con una nueva botella de Whiskey delante y el vaso lleno de nuevo. Al lado de la botella, un teléfono descolgado mientras ella jugaba con las teclas, pensativa, calculadora, fría.
Finalmente, se colocó el auricular en la oreja y marcó con sus ágiles dedos las teclas. Tres pitidos sonaron antes de que una voz femenina respondiese al teléfono.
- Emergencias. ¿En qué puedo ayudarle?
Sora de repente cambió su complexión, a una de una mujer destrozada por el dolor y sollozó.
- Por favor, tiene que ayudarme… Mi sirviente ha asesinado a su madre y ha huido con mi hijo como rehén.
La llamada continuó por unos dos minutos, y cuando colgó el teléfono, se secó las lágrimas con elegancia, y sonrió con superioridad.

- A ver cómo salís de esta, pequeños.- Siseó, dándole un trago a su viejo whiskey.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Ooohhh!!! No puede creerlo!! Has vuelto y còn esta genial historia!!!, aunque también espero la contiación de la historia de Infinite y Teentop...
    Hablando del capitulo, tenía la esperanza que Sooman se decidiera a ayudar a kyungsoo y mas ahora al conocer su historia, aunque todavia falta la huida de los chicos espero que esta vez si los ayude, por otro lado no puede creer que Sora esté tan loca y mató a la mamá de Jongi!!
    Definitivamente una capitulo lleno de emociones, espero que el próximo sea pronto!!!

    ResponderEliminar
  3. Hola. me podrias decir si hay mas capitulos de esta historia por favor.

    ResponderEliminar