Jinyoung
POV
- Buenos días, Jin! – Levanté la mirada del piano y le
dediqué una sonrisa a Shinwoo, que me ofrecía un café.
- Gracias. – Le di un sorbo e hice una mueca. – Lo de traer
el café a menos de mil grados no va contigo, no? – Rió mientras yo sacaba la
lengua de mi boca intentando calmarla. Dolía a mil.
- Qué estabas haciendo? – Me encogí de hombros, dejando
apartado el cappuccino por un momento. – Últimamente estás en las nubes, si
bajas el ritmo el jefe se va a enfadar.
- Que se enfade, ya ves. – Puse expresión arrogante y él
rió. Actuar no era lo mío. – La verdad es que tienes razón, últimamente tengo
un montón de cosas en la cabeza y no estoy a lo que debería…
- Qué tal el yogurín? – Abrí los ojos como platos,
sorprendido por lo coloquial excesivo de la expresión. – No me mires así, que
sabes perfectamente a qué me refiero. Cómo se llamaba? Aish, soy muy malo para
los nombres…
- Gongchan. – Murmuré, sonriendo automáticamente.
Recientemente me ocurría bastante a menudo… Solo su nombre ya causaba esta
sensación en mí… “Tan cálida…”
- Eso! Qué tal con él?
- Como siempre, mañana le veré en la cafetería de nuevo.
- Creo que si vuelves a salir escopeteado del trabajo otra
vez como el otro día, el jefe se enfadará de verdad. No sé cuántos familiares
he dicho ya que tienes enfermos de urgencia, pero empieza a no ser creíble,
sabes?
- Es que no puedo llegar tarde, va en contra de mis
principios. – Ambos reímos.
- Qué principios!? Venga ya, hombre… - Tomé mi café y me
aseguré que ya no fuese lava para bebérmelo. – Pero entonces me estás diciendo
que aún no estáis saliendo? – Negué con la cabeza.
- Es un crío, Shinwoo, cómo podría? Hace unos meses sería
hasta ilegal! Acaba de cumplir los diecinueve.
- Por eso, yogurín. – Rió y le di un puñetazo suave en el
brazo. – Vale, ya paro… Pero mírate la cara, pareces mi hermana pequeña cuando
ve sus telenovelas.
Le miré, indignado, y él volvió a reír.
- Me iré, que si perdemos ambos el trabajo no sería lo más
apropiado.
- No me van a echar!
- Tú juega y ya veremos. – Negué con una sonrisa y le
despedí.
Tiré el envase vacío del Starbucks a la papelera y acaricié con las
yemas de los dedos las teclas del piano. Cuando presioné varias, a mis oídos
empezó a llegar el famoso Canon de Pachebel. Sonreí al recordar al jovencito
Gongchan respondiéndome a aquella carta. Seguí tocando mientras recordaba el
día de ayer y mi sonría se ampliaba más y más. Recordar su cara, su expresión
confusa y sonrojada, cuando le pregunté qué pensaba de mi “confesión” me hacía
morir de felicidad. Mi corazón se aceleraba al ritmo de las corcheas y cerré
los ojos para recordar con más nitidez. La forma en la que hundía el rostro
colorado en el oso de peluche, la sonrisa relajada, las conversaciones fluidas,
las miradas tímidas… Ese pequeño estaba haciéndose un hueco dentro de mí…
Estaba haciéndose? Suspiré al pensarlo, con preocupación, pero quizás ya lo
hubiese hecho… Quizás Gongchan ya estuviese más dentro de mí de lo que yo
creía.
Una vibración me sacó de mi limbo personal, haciéndome pegar
un brinco. Resoplé relajado y alargué mi brazo para tomarlo. “La señora Kim?”
Fruncí el ceño extrañado y respondí, sonriendo automáticamente al escuchar su
voz energética y chillona al otro lado de la línea.
- Hola, hijito! Qué tal todo? Bien? Me alegro! – Me aguanté
la risa. Seguía respondiéndose a sí misma las preguntas. – Una cosita… Creo que
he hecho algo que no debería con el pequeño Channie… - Mi risa desapareció y la
sombra de la preocupación apareció en mi mente.
- Qué has hecho, Kim Hyeja?
- Oye! Qué falta de respeto es esa hacia mí?
- Al grano, por favor. – Me levanté de la silla y caminé por
el estudio. Cuando estaba nervioso era incapaz de quedarme quieto… “Qué habrá
hecho esta ahora?”
- Pues… Digamos que accidentalmente le conté sobre el
accidente de tus padres… - No tenía un espejo a mano para corroborarlo, pero
juraría que mi rostro se puso tan pálido como la harina. – Pero no creo que
haya enlazado nada, Jinyoung, no te preocupes…
Suspiré e intenté regular mi respiración, apretando los
puños con los ojos cerrados.
- Señora Kim… De verdad espero que eso sea así…
- Y hay algo más… - Dijo tímidamente.
- Qué?
- Le di tu número de teléfono.
- Eso me parece de
mínima importancia ahora mismo, de hecho iba a dárselo yo ayer pero no supe
cómo hacerlo…
- Oh, te estás volviendo tímido, Jinyoung? – Su voz se había
alejado de cualquier rastro de arrepentimiento y volvía a sonar vivaracha y
alegre. Enarqué una ceja y resoplé.
- En absoluto, y si así fuera, no sería de su incumbencia.
Lo que le ruego es que a partir de ahora mantenga la boca cerrada sobre el tema
de mis padres, no creo que deba saber nada aún.
- No te preocupes, no volverá a pasar. Lo que pasa es que
creí que ya se lo habrías dicho tú, Jinnie, lo siento. El jovencito Channie no
volverá a escuchar del tema hasta que des autorización, al fin y al cabo es
cosa tuya.
- Exacto. He de colgar, estoy trabajando.
- Y las clases?
- En el mismo sitio de siempre, yo estoy trabajando.
- No deberías descuidar los estudios…
- No me digas lo que tengo que hacer, por favor.
- Te has enfadado?
- No… - Resoplé de nuevo y me dejé caer en el sofá de la
esquina. – Solo… Ten más cuidado a partir de ahora, por favor.
- Está bien… Lo siento, pequeño. Trabaja duro, sí? Te quiero.
- Y yo a ti, abuela.
Colgó y resoplé por enésima vez. Esta mujer iba a matarme
algún día del disgusto. De repente, me incorporé con el ceño fruncido al
recordar cómo ella se había referido a Gongchan… “Channie!? Qué demonios…!?”
No estaba de humor para trabajar, pero tampoco tenía opción…
Saqué mi ordenador de su funda y lo encendí, conectándolo a la mesa de mezclas
y al piano. Iba a ser un día muy largo, aunque tampoco tenía nada mejor que
hacer… Al fin y al cabo era domingo y la cafetería estaba cerrada. Puse morros,
enfadado por la idea de no poder verle hoy… Quería saber qué pensaba de lo de
ayer, si se había enfadado o si simplemente las cosas seguían igual entre
nosotros… Aunque qué había que seguir? No había nada entre nosotros… O sí?
Observé mi reflejo en la pantalla del ordenador y suspiré.
- Qué harás, Jinyoung? Tarde o temprano tendrás que
contárselo… Pero entonces te arriesgas a no volver a verle… - el teléfono móvil
comenzó a vibrar una vez más y una sonrisa estúpida apareció en mi rostro. Un
número no registrado… “Será él? De verdad estará llamándome?”
- Diga? – descolgué y escuché silencio al otro lado de la
línea. Sonreí. Era un silencio extrañamente familiar. – Hola?
- Hola… - Mi sonrisa se amplió y me tapé la boca para no
echarme a reír. Era él. Su voz suave y tímida… Sonaba casi femenina al otro
lado de la línea. – Esto… Sabes quién soy?
No aguanté más la risa. Solo imaginármelo sentadito en
cuclillas mientras me hablaba ya me resultada divertido, divertido y adorable.
- Cómo no iba a saberlo? Gongchan, reconocería tu voz en
cualquier parte. – sonreía ampliamente mientras jugaba con el cable de los
auriculares.
- Esto... Yo... Me he mudado oficialmente y...
- Oh! En serio? Genial! Te va a encantar! – me alegré de
escuchar que finalmente había optado por seguir mis consejos. El edificio Kim
era un buen lugar y, sobre todo, seguro. “Y así sabré siempre donde está…”
Retiré ese enfermizo pensamiento de mi cabeza a base de sacudirla enérgicamente
sin borrar mi sonrisa. Ya que siempre la solía tener en mi rostro desde que le
empecé a conocer, parecía tatuada.
- Sí... Y... Yo... – le escuché suspirar frustrado al otro
lado de la línea y reí levemente. Decidí hacerle un favor y quitarle hierro al
asunto.
- No me vas a invitar? No vas a hacer fiesta de
inauguración?
- Eh? Claro... Te llamaba para eso... Por si querías venir a
verla y tal... Aunque si no quieres lo entendería! No quiero forzarte ni
nada... – Volví a reír. Me sentía tan estúpidamente feliz que era lo único que
me salía de los labios.
- Me encantaría... – Susurré, mordiéndome el labio inferior.
- Dime una hora y allí estaré.
Mi lado racional y mi lado soñador estaban en plena lucha en
mi mente. Mi lado iluso repetía y canturreaba la palabra “cita”, mientras el
otro chafaba las ilusiones recordándome que seguramente sería una simple
cortesía por ayudarle a encontrar un lugar donde quedarse.
- A las 7 te va bien?
- Me va perfecto. Llevo algo?
- No, no te preocupes! Yo me encargo!
- Vale, llevaré algo de todos modos. – Reí y él rió también
con suavidad. Era tan delicado… Transmitía un aura blanca y pura que atraería a
cualquiera, como las flores a las abejas.
- Como quieras entonces... Nos vemos entonces a las siete.
- Lo estoy deseando, Gongchan. – Sonreí ampliamente hasta
que me di cuenta de las tremendamente vergonzosas palabras que acababan de
salir de mis labios y colgué, fruto de los nervios.
- Dios! Cómo he podido decir eso!? – Me revolví el pelo
mientras pataleaba en la silla. – Aish!
Volví a mi lugar de trabajo después de media hora moviéndome
en círculos mientras me regañaba a mí mismo por mi forma de actuar. “Quién te
crees que eres para hablarle de esa forma tan directa? George Clooney?
Jinyoung, que ya tenemos una edad!”
De nuevo, su imagen vino a mi mente, su voz y su risa, los
reflejos de la luz en su pelo de color chocolate, el brillo de sus ojos y cómo
la sorpresa se reflejaba en ellos por cualquier cosa… Era hermoso. Todo él era
hermoso. Antes de darme cuenta siquiera, mis dedos se deslizaban por el piano e
incluso había tomado la guitarra. La música me envolvía, y traía con ella recuerdos, conversaciones, sentimientos
dulces y otros incluso peligrosos… Él era mi inspiración.
- A qué hora habíamos quedado? – Murmuré mirando el reloj.
Eran las cinco y media. Llevaba componiendo horas y se me habían pasado
volando… Miré la pantalla del ordenador y el montón de hojas que descansaban
por toda la sala. “Hacía mucho que no aprovechaba tanto tres horas…” Murmuré
satisfecho al ver los cuatro tracks que me miraban desde el ordenador. –
Debería irme ya, entonces… - Tomé la gabardina y la guitarra, saliendo por la
puerta y cerrando mi estudio con llave.
- A dónde vas? – Shinwoo me dio un mini infarto al saludarme
mientras salía del baño. Le devolví el saludo con una sonrisa.
- A casa, que ya es hora… - Miró el reloj no muy convencido
y rió.
- Menos mal que no te pagan por horas…
- Hoy he trabajado duro! – Me defendí. – Para tu
información, melenas, he compuesto cuatro instrumentales y sus respectivas
letras en apenas tres horas. Más de lo que tú haces en una semana, así que… -
Le sonreí con dulzura y me encogí de hombros ante su mirada incrédula. – Me voy
a casita.
- Qué borde estás… A qué vienen tantas prisas? Tienes una
cita? – Rió pero la mueca involuntaria de mi cara debió delatarme. – En serio!?
Con quién!? Con el yogurín?
- Primero, no es una cita. Segundo, no le llames así, tiene
nombre. Tercero, no es de tu incumbencia.
- Huy… Sí que estás borde, sí… Bueno, lárgate pues, antes de
que me pegues o algo. – Se fue riéndose por el pasillo, mientras yo le
observaba con mueca de asco.
- Engreído bipolar… - Mascullé antes de bajar en el ascensor
y salir del edificio. Eso no me estropearía el día, estaba demasiado feliz como para eso.
Subí en el ascensor y la campanita timbró al llegar a mi
piso. Dejé la guitarra con cuidado en la entrada y me descalcé. Tenía unos
cuarenta minutos si quería llegar puntual… Y yo siempre quería llegar puntual.
Me desnudé a toda prisa y me metí en la ducha después de encender el equipo de
música.
Los instrumentos de cuerda resonaban por mi casa, llegando
hasta mis oídos incluso en la ducha. El agua acariciaba mi piel, llevándose con
ella los malos recuerdos pero incapaz de llevarse mi sonrisa, que seguía ahí,
plasmada, como si de verdad estuviese tatuada. Recordé a la señora Kim tomando
el té en mi salón y con ojos cálidos decirme “Hacía mucho que no te veía
sonreír así, hijo… Me alegro muchísimo por ti.”
El olor del gel de ducha inundó mi cuerpo. Lavanda. Cerré
los ojos, disfrutando de la sensación cálida y el olor envolvente mientras la
música daba el toque perfecto a una ducha rápida. Salí de la ducha y me puse
una toalla alrededor de la cadera. Me observé en el espejo y aprecié los huesos
de ésta, que se marcaban ligeramente. “He adelgazado últimamente? Cuándo?” Cogí
otra toalla y me sequé el pelo mientras iba en dirección a la cocina.
- Creo recordar que… - Murmuraba mientras rebuscaba en los
estantes y armarios hasta, finalmente, encontrar lo que buscaba en la despensa.
– Bingo! – Sonreí y tomé la botella dorada entre mis manos. Ese había sido el
premio a un concurso de relatos cortos de la universidad. Una carísima botella
de champán de una marca francesa que yo no había escuchado en mi vida. Tomé
además las dos copas que lo habían acompañado. La caja que las mantenía a salvo
no había sido ni abierta.
- Por fin le voy a dar uso…
- Susurré felizmente, guardando ambas cosas con cuidado en una bolsa de
regalo y dejándola ya lista en la entrada.
Iba muy pillado de tiempo. Me sequé el pelo a toda prisa y
abrí la puerta del vestidor. Observé la pared de camisas y suspiré. Tenía que
dar muchas… Quién necesita tanta ropa? Opté por no ir demasiado formal, al fin
y al cabo no es que fuese nada serio en exceso… Camiseta y vaqueros sería
suficiente? “Mmm… No… Pantalones vaqueros no… Camiseta y pantalones negros.
Informal pero no demasiado.” Entonces, me percaté de mi presencia en el espejo
y me observé. La verdad es que me sorprendió la atención que le estaba poniendo
a algo tan banal como unos simples pantalones… Cuándo había empezado a ser yo
así? Siempre me ponía lo primero que encontraba y era más que suficiente…
Suspiré y me vestí con este pensamiento presente en la cabeza. Psicoanalizarme
en estos momentos no era la mejor idea, pero era inevitable. “En serio… Cuándo
empecé a ser así? Puede ser por… él? Por Gongchan?” Solo su nombre en mi mente
ya eliminó la preocupación y trajo consigo, de nuevo, una sonrisa.
Me puse las deportivas y observé el reloj. Quedaban
exactamente cuatro minutos para llegar a su casa a la hora pactada. “Lo de que
varios minutos tarde son cortesía no me vale…”, pensé mientras me ponía el
abrigo y apremiaba al ascensor.
- Señorito Jinyoung? – Me encontré a Jongdae en la calle
peatonal que llevaba al edificio. Le sonreí y le saludé.
- Hola Sebastian.
- A dónde va?
- Oh… Esto… Pues a casa de Gongchan, el inquilino nuevo. –
Sonrió por debajo de su simpático bigote y asintió en silencio.
- Acaba de llegar de la escuela? – Negué con la cabeza. –
Trabajo? – Volví a negar.
- Ya pasé por casa para arreglarme y ahora iba a verle. Salí
a comprar esto. – Señalé la botella y frunció el ceño, no muy convencido de lo
que le contaba.
- Marca Cristal? Le ha tocado la lotería, acaso? – Reí y
negué con la cabeza. – Bueno, prefiero no saberlo, señorito… Quizás después
tendría que matarme, no?
Reímos y nos acompañamos mutuamente a la puerta.
- Por qué no usa la llave? – Le miré mientras mi mente
pensaba una excusa viable. Él rió. – No le ha dicho al señorito Shik dónde
vive, verdad?
Jongdae siempre había sido bueno calando a la gente.
- Me callaré entonces, señor. Buenas noches. – Entró en el
edificio después de despedirse y desapareció entre las luces del portal. Yo
timbré en el piso treinta y cuatro y esperé a que, en silencio, se me abriese
la puerta. Atravesé el portal y automáticamente me dirigí al ascensor.
Me miré
en el espejo, nervioso, mientras intentaba arreglar en el pelo lo que no tenía
arreglo. Resoplé y empecé a intentar calmarme a mí mismo. Por qué narices
estaba tan nervioso? Salí de la máquina y timbré en la puerta. Su imagen
apareció con una sonrisa tímida y me transmitió otra automáticamente a mí.
- Bienvenido… - Murmuró. Sonreí más ampliamente y asentí en
silencio, dando un paso y adentrándome en el loft.
- Es preciosa! – Le dije mientras me quitaba el abrigo y
observaba a mi alrededor. – Cuando yo me mudé por primera vez no era así…
Bueno, al menos la mía.
El recuerdo de aquel piso vacío y pequeño me trajo recuerdos
felices. La señora Kim aún no había acabado de remodelar el edificio de
aquella…
- Sí? Cómo era?
- Más pequeña, y no tan bien decorada. – Sonreí al recordar
las paredes todavía enyesadas y sin pintar, y entonces le miré a él, que me
observaba con las mejillas ligeramente sonrosadas. Me puse las zapatillas que
tenía delante y ambos fuimos hasta el salón. No había visto ninguno de los
otros pisos, así que tenía curiosidad. Estaba muy bien decorado… Sencillo pero
bonito. – Ya te has instalado? – Le pregunté al mirar alrededor y no ver nada
que pareciese suyo. Asintió para mi sorpresa.
- No tardé nada… Tampoco tenía mucho que instalar. – Cierto…
un estudiante cuántas cosas puede tener? No demasiadas… Reí con ternura y me
fijé en lo alborotado que tenía el cabello… Me pareció divertido, pero me
acerqué a él y le coloqué con cuidado el pelo. Era muy suave… Le miré y él me
miraba con ojos brillantes. Le dediqué una sonrisa tierna y me alejé de él por
precaución para sentarme en el sofá. Se sentó en el de al lado.
- Te apetece tomar algo? Té? Café? – Negué con la cabeza sin
borrar la sonrisa. Me sentía increíblemente cómodo… Más de lo que pensé que
estaría… Entonces recordé la botella y la cogí del suelo, donde la había
depositado antes.
- Te gusta el champán? – Le sonreí y saqué la botella y la
caja de las copas. Le miré y vi su cara de sorpresa exagerada. Estaba como
embobado mirando la botella y las copas. No pude evitar echarme a reír. – Traje
copas porque pensé que aún no te habrías instalado y no te iba a hacer sacarlas
de las cajas…
Murmuró algo que no alcancé a escuchar, supongo que sobre el
champán, al que seguía mirando con admiración. Le brillaban los ojos y los
destellos dorados de la botella se reflejaban en sus ojos castaños. Estaba tan
embobado mirándole que al abrir la botella no me di cuenta y la espuma salió
disparada, poniéndolo todo perdido.
- Oh! Mierda! – Le miré con preocupación, temiendo su
reacción. – Lo siento mucho… - Dejé la botella encima de la mesa y salí
corriendo a la cocina para coger algo con lo que intentar arreglar este
desastre. Encontré un trapo por ahí encima y lo cogí, volviendo a todo correr y
rogando para no haber manchado algo no lavable. Gongchan se echó a reír al
verme llegar tan apurado. Le miré, sorprendido, pero al escuchar su risa
musical, sus ojos más empequeñecidos pero aún brillantes y los movimientos de
su pelo por las convulsiones que la risa estaba causando en él… Yo también me
eché a reír. Su felicidad, sus sonrisas y su risa eran contagiosas. Ya sabía
algo más de él, y eso también me hacía feliz a mí.
Cuando conseguimos parar de reír, me quitó el trapo y empezó
a limpiarlo él. Volvió de nuevo de la cocina con una fregona y se puso a
limpiar. Me sentía culpable…
- Por suerte no me he cargado la alfombra…
- Te habría obligado a pagarla. – Espetó. Le miré
sorprendido y sonreí. Ese era el Gongchan que conocía… Ternura con un toque de
impertinencia.
- Tampoco te habría dejado no dejarme pagarla. – Se echó a
reír de nuevo y le observé de nuevo, sin poder dejar de sonreír. Era precioso…
Parecía un cachorro. Entonces, él dejó de reír y me observó en silencio unos
instantes… Unos instantes en los que nuestros ojos conectaron. Algo nació en mi
estómago y mi corazón adoptó un ritmo anormal de latidos. “Qué es esto…?”
De repente, bajó la mirada y salió disparado a la cocina sin
dar más explicación. En cuanto la conexión de nuestros ojos se rompió, una
especie de decepción abrazó a mi corazón y suspiré, dejándome caer en el sofá
con la mirada baja… Estaba pasándome algo muy raro, y no quería hacerle sentir
incómodo… Ayer ya me había pasado mucho con lo de responderle oralmente a la
carta… No entendía muy bien mis sentimientos, o quizás los entendía demasiado
bien… “Ah! No sé!” Me revolví el pelo, tapándome la cara con un cojín. Estuve
pensando y recapacitando, calmando mi respiración y mi corazón unos minutos que
quizás fueron demasiados y, armándome de valor, llené las dos copas y me dirigí
a la cocina. No iba a estropear la velada por culpa de mis inseguridades.
- Estás bien? – Estaba sentado encima de la encimera de la
cocina, mirando al vacío con una expresión nerviosa. Me acerqué a él y, para mi
sorpresa, cuando llegué a su lado alargó la mano al igual que yo había hecho
antes y me peinó con cuidado, muy despacio. Le sonreí con ternura. – Gracias…
Ten. – Susurré y le tendí una de las copas, notando de nuevo esa sensación en
mi estómago y mi corazón latir a un ritmo desmesurado cuando nuestras manos se
rozaron accidentalmente. Juro que no lo hice a propósito. Mi garganta se sintió
seca en ese instante, así que aproveché para darle un largo trago a la copa. “En
estos momentos siento que necesito algo más potente que el champán…” El soju
vino a mi cabeza, pero no era plan de pillar una cogorza de esas dimensiones.
“Quizás al salir… que seguramente vaya a necesitar recuperarme de esto.”
Volvimos al salón y yo intentaba desesperadamente buscar un
tema de conversación que no acabase en silencio incómodo. Lo intentaba tanto
que resultaba hasta patético. Por qué no podía todo fluir con naturalidad? Como
dos adultos que mantienen una conversación? Sorprendentemente, Gongchan pareció
mostrar interés por mi trabajo como compositor.
- Cuándo empezaste a componer? – Sonreí al ver cómo le
patinaban las últimas sílabas de las palabras. No debía de estar acostumbrado a
beber, porque no llevaba tanto champán como para ya estar así.
- Cuando tenía diez años más o menos... Todavía tomaba
clases, pero me gustaba improvisar. No quiero dedicarme exclusivamente a eso,
ni mucho menos, pero ayuda a pagar las facturas.
- Ya veo, ya! – Señaló la botella y puso una expresión
exagerada. Yo le observaba, divertido.- Es de oro?
Me eché a reír. - Cómo va a ser de oro? No soy rico, si es
lo que insinúas, solo vivo bien con lo que yo mismo gano. Me esfuerzo y da sus
frutos.
- Aaaam... Interesante. – Sonrió y de nuevo sus ojos se
empequeñecieron. “Tan lindo…” - Pues yo no tengo ni un duro. Me he gastado todo
lo que me quedaba en la cena de hoy...
- Has hecho cena? – Me sorprendí, y al mismo tiempo me
arrepentí. Deberíamos haber empezado a beber después de la cena… Si eres
principiante, beber con el estómago vacío es lo peor.- Vaya... Muchas gracias!
- No garantizo su sabor... – Rió con torpeza, lo que a mí me
pareció más tierno que nada. - No he cocinado en mi vida nada más que arroz y
ramen, así que...
- Seguro que está delicioso. – Le sonreí con dulzura. Su
ligera borrachera empezaba a subir poco a poco y, aunque suene cruel, era
francamente divertido. La incomodidad había desaparecido.
- Si no llamamos a una ambulancia, no te preocupes. – Me
eché a reír y él me acompañó.
- Oh! La carta! – Se levantó de golpe y entonces se tambaleó
ligeramente. Sonreí divertido, por suerte estábamos en su casa y no en la
calle.
- Qué le pasa a la carta?
- Que no te he contestado! – Se dejó caer a mi lado en el
sofá, arrancándome otra sonrisa. Me la devolvió y esto amplió la mía.
- Aquí hay alguien que no está acostumbrado a beber...
Deberíamos haber cenado primero... – Murmuré, mirándole.
- Te voy a contestar como tú me contestaste a mí, vale? – Sonreí
y asentí, encogiéndome de hombros.
- Como tú quieras. – “Madre mía… A ver qué suelta…”
- Espera! – Se levantó y se alejó tambaleándose hasta el
final del salón, donde desapareció en una habitación y salió poco después
abrazado al oso de peluche que le había conseguido ayer. Sonreí con ternura y a
mi corazón le hizo ilusión que lo tuviese presente para nuestra “carta”. Se
sentó a mi lado de nuevo y apoyó la cabeza en él, que ocupaba más que él en el
sofá. Alargué la mano y acaricié la inmensa cabeza del animal, deseando que
fuese la de Gongchan.
- Tengo muy buena memoria, así que recuerdo perfectamente
todo lo que me dijiste, sabes? – Enarqué una ceja y asentí sonriendo. Sus
palabras patinaban y se trababa al hablar.
- Muy bien entonces. Estoy preparado. – Se acomodó más sobre
el peluche, entrelazándose con él y empezó su discurso.
- Mmm... Estabas de acuerdo conmigo en la necesidad de no
presentarnos más... Y aún tiene menos lógico hacerlo cuando estamos en persona,
así que... Apruebo esa decisión. No nos presentaremos más.
- Muy bien. – Sonreí. Esto era francamente divertido, aunque
al mismo tiempo me sentía muy nervioso… El champán también estaba empezando a
hacer efecto en mí, y lo peor era que solamente dos tipos de personas dicen
siempre la verdad: los niños y los borrachos. “No sé si estoy yo como para
aguantar arranques de sinceridad… Sean del tipo que sean.”
- Yo sigo pensando que eres un cotilla entrometido, pero no
molestas, tranquilo. – Levanté la mirada, sorprendido por su expresión. La
impertinencia se acentuaba con el alcohol.- Se siente bien pensar que hay
alguien que se molesta en saber qué pasa en tu vida... Ah! Y sí que puedo ser
amenazante! Cuando me enfado doy mucho miedo, hasta a mí mismo... – Me eché a
reír al ver la cara de “feroz” que puso, era más como la de un cachorro
peleándose con una zapatilla. - Va en serio! Ojalá no lo tengas que ver nunca!
- Vale, vale, te creeré entonces. –Asentí, dándole la razón
por dársela. Discutir en las condiciones en las que estábamos no iba a tener
ningún sentido.
- Me da vergüenza llorar delante de la gente porque no me
gusta que se sepa lo que me pasa, tan abiertamente... Es como desnudarse...
Igual que una persona no puede desnudarse delante de mucha gente, yo no puedo
llorar. – Suspiró y hundió el rostro en el peluche. - Yo... Después de escuchar
lo que escribiste sobre mí en tu libro... También estoy satisfecho con el
resultado y me pareció absolutamente hermoso lo que dijiste... Jamás nadie
había dicho nada así, ni lejanamente parecido, sobre mí... Gracias. – Apartó un
poco el rostro del animalito y me sonrió con dulzura. Mi corazón dio un vuelco
y le devolví la sonrisa. Algo estaba pasando en mi interior y no parecía parar.
- Estaría dispuesto a ponerte una orden de alejamiento siempre que lo considera
necesario, por supuesto que sí! Además, es gratis, así que es algo que me puedo
permitir... – De nuevo, me eché a reír antes de poner expresión preocupada.
Habría dicho algo, pero se me había vetado la palabra hasta el final de su
discurso.
- Ahora llegan mis preguntas...- “Allá vamos…” En mi estómago se hizo
un nudo que no tenía nada que envidiar a los de los barcos. Tragué saliva. -
Para empezar, por qué me estoy convirtiendo en alguien tan importante para ti?
Apenas me conoces, y aún así, sabes cosas de mí y yo no sé nada de ti. No es
justo... – Hablaba con tono infantil, poniendo expresión triste fingida y
haciendo pucheros. Era adorable. Le sonreí pero me cortó cuando le iba a decir
algo… La verdad es que no sabía qué contestarle, pero algo tendría que decirle.
- Y sobre la confesión... Eso quiero saber también yo... Qué pasaría si fuese
de verdad? No entiendo nada... – Mi garganta se secó de nuevo. El nudo se
apretó, las mariposas empezaron a hacer vuelo en picado y mi corazón decidió
que era el momento ideal para una taquicardia. - Por qué me sentí tan mal cuando
dijiste que era broma? Por qué estoy nervioso ahora mismo, cuando me miras así?
Por qué siento un nudo permanente en la garganta y el estómago extraño?
Me sorprendí enormemente por sus palabras. Gongchan tenía
los mismos síntomas que yo? Al menos los había descrito así… Bajó la mirada y
escondió su rostro, colorado como el que más, entre sus manos. Le miré con
ternura pero no podía sonreír… Estaba demasiado preocupado sobre todo lo que
estaba pasando.
- Por qué no puedo pensar con claridad cuando te tengo a mi
lado? Y por qué todo lo que veo al cerrar los ojos es tu rostro sonriente? – Murmuraba
y finalmente, alzó el rostro. Nuestros ojos volvieron a encontrarse y tragué
saliva. No sabía que decirle… Bueno, en realidad sí que lo sabía, pero no
estaba seguro de que fuese apropiado. Mi mente se nublaba por el champán y
sentía calor. - Por qué?
- Puedo hablar ya? - Dije en un susurro. Asintió y aprecié
que él también parecía tener calor. Las puntas de su pelo estaban húmedas y su
rostro colorado. Seguramente yo estaba igual. Suspiré, intentando mantener la
calma y preparándome para lo que iba a decir. Le sonreír con suavidad para
tranquilizarle… Yo no parecía ser el único con taquicardia. - Primero, he de
decirte que me encantan tus palabras... Las adoro... Me gustan tanto que podría
hasta besarte. – No me di cuenta de lo que decía, solamente sabía que mi
interior estaba confuso, pero mayormente feliz por lo que acababa de escuchar.
Las palabras querían salir todas atropelladamente de mi boca, así que me calmé
un poco e intenté dejarlas salir en un orden coherente. - Es decir... – Carraspeé,
intentando comportarme como el maduro de los dos.- Podría pero... Es decir...
Que me gustaría pero... No, a ver... Qué estoy diciendo? – Esto era muy
frustrante. Nada de lo que salía por mi boca parecía tener sentido… Y me
hubiese gustado mantener esta conversación cuando ambos estuviésemos sobrios.
Me revolví el pelo con rabia y tras darle otro trago a la copa, para infundirme
valor, la dejé en la mesa. Cerré los ojos y suspiré profundamente. “Es el
momento… Yo puedo…” Levanté la mirada y toda mi seguridad se hizo trocitos
contra el suelo al encontrarme con sus ojos brillantes y expectantes.
- Jinyoung... - Murmuró. No separaba sus ojos de los míos.
Una especie de tensión estaba formándose poco a poco entre nosotros. Sentía
mucho calor y los nervios estaban a flor de piel. - Puedes... Puedes responder
a mis preguntas?
Me sorprendió lo directo que fue, pero se lo agradecí. Esto
estaba poniéndose muy difícil, demasiado para lo que era. Sonreí ampliamente y
saqué fuerzas de flaqueza. - Puedo... Puedo ayudarte a que tú mismo encuentres
la respuesta si es eso lo que quieres... – Estaba recogiendo todo el valor que
tenía en mi cuerpo, toda mi seguridad y todo lo que pudiese infundirme fuerza.
Iba a hacerlo. Me atrevía. - Debo hacerlo? – Asintió y el corazón me dio otro
vuelco. El corazón en un puño, el estómago reducido a cenizas y en mi cerebro
había un caos incomparable a nada. Cuándo nos habíamos acercado tanto el uno al
otro? Observé su rostro, era sumamente hermoso… Sentados cara a cara, nuestras
miradas continuaban conectadas, y esa especie de tensión magnética entre
nosotros no había hecho otra cosa más que ir a más.
Me incorporé del sofá, rompiendo nuestras miradas por un
segundo, y tomando aire, me arrodillé enfrente de él, retirándole el flequillo
castaño de sus ojos y conectándonos de nuevo. Notaba nuestras miradas mucho más
intensas, la suya también tenía un ápice de miedo, pero nuestros ojos no eran
capaces de dejar de mirarse. Esto no me había ocurrido jamás… No articulé
palabra alguna, solamente cerré los ojos y noté una sensación muy cálida
inundarme por completo partiendo de mi pecho. Algo muy agradable, muy suave y
muy cómodo… Acerqué mi rostro al suyo, dejándome empujar con suavidad por esas
olas que me recorrían el cuerpo entero, esas ondas calidad, de luz y suavidad.
Noté su respiración dulce unirse con la mía y, finalmente, una ola más fuerte
cuando nuestros labios se rozaron. Algo explotó en mi interior. Mi interior ya
no era calmado, como un lago de olas, ahora era como un acantilado cuyas olas
rompían contra mí una y otra vez. Una sensación maravillosa, incomparable.
Estaba besando a Gongchan, solo podía ser a Gongchan. Quién si no tendría unos
labios tan perfectos? Dulces, suaves, blandos y tan agradables? No me sentía
capaz de separarme de él… Eran adictivos. Sacaban lo más dulce y lo más salvaje
de mí al mismo tiempo… Me senté a su lado sin osar separarme ni un milímetro de
él, no ahora que los nervios habían dejado paso a una sensación tan
maravillosa… Rogué a los cielos para no tener que separarme de esos labios
jamás. Gongchan entreabrió los labios,
en busca de aire, pero mi yo egoísta no quería que respirase otro oxígeno que
no fuese el mío… Me hundí en su boca, al ritmo de mi acantilado interior, su
oxígeno ahora era el mío, nuestros alientos eran uno, los suspiros recíprocos…
Al final, y no de buena gana, me separé de esos labios, atrapando su labio
interior con suavidad entre mis dientes, saboreándolo por si acaso no había una
próxima vez. El dulce más maravilloso del mundo. Daría lo que fuese por
probarlo de nuevo. Me relamí inconscientemente, aprovechando hasta el último
rastro de lo que quedaba de él sobre mí. Gongchan abrió los ojos, y me encontré
con la estampa más bella que jamás el ser humano pudo haber visto… Temblaba,
con los labios hinchados y enrojecidos, los ojos le brillaban, llorosos y
confusos, y su respiración acelerada y ruidosa competía con la mía.
No sabía qué decirle… Simplemente me había dejado llevar por
mi yo irracional… al no ver ningún tipo de reacción en él, el pánico me inundó.
La sola idea de pensar que quizás no volviese a verle… a hablarle… “A
besarle…”, me aterraba. Pero en ese momento, Gongchan se levantó del sofá, yo
cerré los ojos pensando que me pediría que me fuese, pero lo único que hizo fue
tirar de la manga de mi chaqueta en silencio. En absoluto silencio. Le miré, no
con sorpresa, sino esperanzado. Me miró a los ojos, seguían húmedos y
brillantes, y me entraron ganas de secarlos a besos, pero no me dio la
oportunidad. Siguió tirando tímidamente de mi manga, conduciéndome a la
habitación donde él había estado minutos antes… A su cuarto. El corazón me
palpitaba como loco, estaba seguro de que él podía escucharlo, pero simplemente
caminábamos despacio y en silencio, como una procesión. En su cuarto, se giró
hacia mí y me miró a los ojos de nuevo. Era tan hermoso… No sabía qué hacer, un
calor me estaba invadiendo de nuevo todo el cuerpo. Abrasaba a su paso, y
mientras yo estaba hipnotizado por sus ojos de cristal y sus labios de fresa,
que aún brillaban por el beso, enrojecidos y entreabiertos.
Gongchan, en ese momento, rompió todos mis esquemas al
ponerse de puntillas y aproximar su rostro al mío. De nuevo las olas, esta vez
mezcladas con ese calor abrasador que me estaba matando… Sabía lo que iba a
pasar, estaba muy claro, pero estaba muerto de miedo. Tenía miedo a cómo
reaccionaría él al día siguiente… Y tenía miedo a que se echase atrás en este
mismo instante cuando yo me moría de dolor por probar sus labios de nuevo… Sus
labios, y el resto de su piel. Su rostro continuó acercándose, se agarraba con firmeza
a mi camiseta para no perder el equilibrio y yo le ayudé rodeando su
sorprendentemente estrecha cintura. Con cuidado, como si fuese porcelana de la
más fina casa, que pudiese romperse con solo una caricia. Pegó su torso al mío,
y yo intenté hacer nuestra proximidad aún más íntima, pero al intentar dar un
paso, fallé y ambos caímos sobre el colchón de la cama. Gongchan suspiró en mis
labios y fue lo último que me faltó para desencadenarme. Me moría de calor y de
dolor… Necesitaba más, tenía miedo, pero necesitaba más de él, de la bellísima
criatura que me observaba entre mis brazos. Lo más hermoso del firmamento.
Nos observamos en silencio unos instantes, nuestras
respiraciones de nuevo competían entre ellas por velocidad, y él subió con
timidez sus brazos hasta mi cuello, aproximándome de nuevo a él, a sus
deliciosos labios que me volvían loco. Los besé con ternura, haciéndolos míos,
solo míos, entreabriendo su boca para hacerlo aún más íntimo, solo de nosotros
dos.
Me atreví entonces a acariciar su cuerpo delgado, colé las
manos por debajo de su camiseta y sentí su piel erizarse a mi tacto. Era tan
suave… La acariciaba con cuidado, disfrutando cada centímetro, cada milímetro…
Gongchan se retorcía debajo de mí, con cada caricia y cada beso. Era un
espectáculo digno de ver, pero al que solo yo estaba invitado. Abandoné
entonces sus labios para deslizarme por su perfecta mandíbula hasta llegar a su
también perfecto cuello, blanco y estilizado. Escucharle gemir en mi oído era
como la más bella música. Beethoven quedaba en evidencia ante su maravillosa
voz y sus gemidos musicales. Me hundí en él, desesperado por saborearle más,
por un poco más, un trocito más de piel que aún no hubiese catado, un sitio que
no hubiese explorado.
El calor me iba a matar… Me separé de él unos nanosegundos
para deshacerme de la camiseta, pero al sacarla me encontré con su mirada
atónita y por un momento dudé de que quisiese seguir, pero al contrario, cuando
tomé su mano, ésta se dirigió automáticamente a mi torso, que reaccionó con una
sensación maravillosa que me hizo entreabrir los labios y soltar un largo
suspiro. Me atrajo hacia él de nuevo con suavidad, y me dedicó una mirada
hermosa como ella sola antes de volver a volver a perdernos el uno en la boca
del otro, en los brazos y manos del otro, en el aliento del otro.
Me separé de sus labios un segundo para calmar algo que me
estaba produciendo un punzante dolor, y a mi pequeño también… Deslicé mis manos
por su tripa, plana y lisa como la nieve virgen, y llegué al cierre de sus
pantalones acompañado de un leve gemido suyo y un suspiro de alivio cuando le
liberé de ellos, al igual que yo al deshacerme también de los míos. No me dejó
estar mucho tiempo observando la hermosa imagen, antes de que pudiese grabarla
en mi memoria para siempre, me volvió a atraer a sus labios con desesperación.
Gemí cuando, sin querer, nuestras entrepiernas se rozaron, pero Gongchan gimió
agudamente en mi oído, y yo daba lo que fuese por esa música… Así que los roces
no hicieron más que subir de nivel, eran cada vez más descarados, tanto por su
parte como por la mía, y nuestras manos cada vez se atrevían a ir más allá,
hasta zonas completamente inexploradas hasta el momento.
Gongchan atrapó mi labio inferior entre mis dientes cuando,
en un intento de avanzar más, colé una de mis manos por debajo de su ropa
interior. Arqueó la espalda y cerró los ojos con fuerza, echando la cabeza
hacia atrás y liberando mi labio para dejar su boca completamente abierta, por
la cual solo salían suspiros eternos. Sonreí con ternura y le acaricié con
suavidad y cuidado, una y otra vez, de forma repetitiva. Él se retorcía debajo
de mí, con gemidos cada vez más altos y expresiones que daría lo que fuese por
poder fotografiar. Era hermoso, en todo su ser. Dentro de mi crueldad personal,
jugaba con él, ya que cada vez que sentía que se emocionaba demasiado, mis
movimientos frenaban y el gemía con frustración. Yo le reconfortaba con besos
dulces, pero no parecía ser suficiente para él. “No quiero que termines sin mí…”
Me acomodé entre sus piernas, separándolas y él abrió los
ojos, con expresión asustada. Le sonreí con suavidad y le di un beso casto en
los labios. Nuestros rostros tan cerca… Podíamos leernos perfectamente el uno
al otro. Sus labios me volvían loco, en serio, tan rojos y tan deliciosos… Era
algo que me superaba como ser humano. Aún encima, ahora se estaba mordiendo el
labio inferior y una bestia en mí solamente quería arrancarle la poca ropa que
le quedaba y hacerle mío, pero no, porque era demasiado valioso como para eso…
Tenía que ser delicado y hacerlo eterno, porque él era precioso y tenía que ser
así. No había nada que discutir. Sin retirar mi mirada de la suya, me llevé
tres dedos a la boca y los lamí bien, observando cómo su expresión se
transformaba a medida que yo hacía mi trabajo. Los saqué de mi boca para, tras
levantarle las piernas, introducirlos poco a poco, uno por uno, muy despacio,
en su interior. Su expresión me hacía sentir inseguro… Parecía dolerle mucho, y
yo no quería hacerle daño… Quería que se entregase a mí, que gimiese mi nombre
en mi oído como antes… Intenté calmarle repartiendo caricias y besos por todo
su cuerpo, que al principio parecían no cambiar nada, pero poco a poco los
sonidos de rechazo se convirtieron de nuevo en gemidos y suspiros sonoros.
Cuando observé su rostro y vi una mueca relajada en lugar de una tensa, saqué
mi mano de su interior y me coloqué entre sus piernas con intención de entrar
en él. Me acerqué a su entrada y sentí como todo su cuerpo se tensaba de nuevo,
Gongchan temblaba debajo de mi cuerpo, pero no iba a parar, no ahora. Empecé a
introducirme muy lentamente, disfrutando de los miles de nuevas sensaciones que
me invadían de los pies a la cabeza. “Y aún no estoy del todo dentro… Dios…” Estaba
muy estrecho, tanto que temí estarle haciendo mucho daño, pero al final, tras
unos minutos de caricias y besos, su expresión volvió a cambiar. Sonreí con
ternura y le acaricié la mejilla al igual que había hecho el día anterior…
Gongchan abrió los ojos lentamente y me miró serio por unos instantes, como si
estuviese tratando de reconocerme, pero finalmente me sonrió levemente, sus
ojos volvieron a brillar y abrió sus brazos para acogerme entre ellos con un abrazo.
Fue lo más tierno que me había sucedido en mi vida… Me dejé envolver por ellos
y nos fundimos de nuevo en un beso, en uno dulce y lento, profundo y
apasionado, pero al final muy dulce, lleno de sentimientos. Ese beso fue lo que
hizo que empezase a moverme lentamente en su interior, poco a poco,
desesperadamente despacio, pero era por él y me lo tenía que recordar demasiado
a menudo. Pronto sus gruñidos de protesta se transformaron en gemidos, al
principio suaves pero después volvieron a subir de tono y yo ya podía moverme
con libertad. Poco después, mis movimientos lentos pasaron a ser literalmente
embestidas, pero él no se quejaba, al contrario. A veces incluso llegaba a
gritar cuando tocaba ese punto especial en su interior que me arrancaba una
sonrisa y que hacía que nos fundiésemos en un beso desesperado. Ya no sabíamos
qué gemido era de quien, al igual que los suspiros y los gruñidos… Era
imposible saberlo en esa situación. Jamás en mi vida había experimentado algo
como esto… Completamente indescriptible… Era como si todas las sensaciones
placenteras y de felicidad se aglomerasen en tu interior y te inundasen, pero
mejor. Abrir los ojos de vez en cuando y ver esa belleza gritar mi nombre
mientras busca con desesperación mis labios es… incomparable. No lo cambiaría
por nada.
Estuve horas moviéndome, era infinito… Ni él ni yo
parecíamos tener un límite… Quizás fuese el alcohol o quizás fuese que esto era
demasiado exquisito como para querer finalizarlo. Unas horas después, Gongchan
empezó a chillar con más intensidad, arañándome la espalda hasta hacerme sentir
auténtico dolor, pero no me importaba en absoluto… Hundió su boca en la mía
para, finalmente, acabar entre nosotros, y segundos después, yo en su interior.
Creía que me ahogaría en ese orgasmo… Era eterno, y tan intenso que sentí que
me mareaba y que todo a mi alrededor se volvía oscuro…
Me dejé caer encima de él, y salí de su interior con
cuidado, escuchando el último gemido de la noche, que me sacó otra sonrisa
agotada.
El silencio se hizo en la sala, y solo era roto por nuestras
respiraciones que poco a poco se normalizaron para dejar paso a la tranquila
respiración que trae consigo el sueño. Sonreí y le observé dormir. Era tan
precioso… Observé su cuerpo desnudo y perfecto, parecía tallado por el mejor
artista helenístico, lleno de marcas de las que yo era el culpable, pero no me
importaba. Tuve la tentación de limpiarle un poco, pero finalmente me decanté por no hacerlo… Quería
que fuese mío, marcarle como mío, así que cuanto más de mí tuviese en él,
mejor.
Sonreí con egoísmo y me acerqué a él para besarle suavemente
en los labios, con miedo a despertarle.
- Resulta que sí que te has convertido en algo muy
importante para mí… - Susurré en su oído, hundiendo el rostro en su pelo y
rodeándole la cintura, me quedé muy quieto a su lado por si se despertaba, pero
no lo hizo… Estaba demasiado agotado. Sonreí con ternura y dándole un beso en
el hombro, me dormí a su lado.
- FIN-
QAQ!!! WAAAAAAAA Jinyoung es un asdasasasasasdads, TwT, amo como escribes enserio, fincs así ya no se leen en estos días, ewe!! yo ya se como va todo esto~ mi amiga y yo somos tus fans xD! y hemos creado muchas hipótesis, pero no dire nada por que una de ellas se a cumplió en este cap y si halo seria como dar spoiler LOL, espero actualices pronto *W*♥
ResponderEliminarMuchas gracias! Jajajaja Me alegro de que os gustase tanto a las dos ♥
EliminarNo sé si tus hipótesis serán ciertas, pero por si acaso... No al spoiler! XD
*W* ESO FUE HERMOSO!! creo que me enamore de Jinyoung... Pero no! el es de Gongchan!!! VIVA EL JINCHAN!! xD
ResponderEliminarEnserio amo este fic me encanta! me encanta! me encanta! AMO COMO ESCRIBES!! <3
Que pasara!! QUE PASARA!! actualiza pronto porfis
Conti! Conti! Conti!
Jajajaja, viva el JinChan! XD
EliminarMe alegro muchísimo de que te guste! Actualizaré prontito~ ;)