Hyunseung POV
Observé el
cuaderno de ejercicios en el suelo, con las hojas arrugadas y la portada que un
día fue blanca, sucia y lleva de garabatos. Qué acababa de pasar? Por qué se
había ido de esa forma?
- No he
hecho nada malo… No? – Musité, incorporándome del suelo y acercándome con
cautela, tomándolo con delicadeza, como si estuviese vivo, y mirando las
páginas de ejercicios cubiertas a lápiz. Lo dejé sobre la mesa y miré la puerta
fijamente, pensando en qué hacer. Debería seguirle? Debería quedarme y
esperarle? Opté por lo segundo y me eché en la cama, observando sobre la mesa
de noche la cámara de Junhyung, con un golpe en el lateral por culpa de la
noche de la tormenta.
- Se ha
llevado el tabaco… - Susurré, sintiendo un atisbo de pena en el corazón. – No
debería de fumar… Es malo para la salud.
Fuera empezó
a llover… Era otoño y el tiempo no nos había dado tregua.
“Tengo
frío…”, pensé, acariciándome los brazos desnudos. A estas alturas me arrepentía
de haber tirado la chaqueta del uniforme y tener solo ropa de verano. Le
pediría una a Junhyung, pero no quería que se gastase dinero en cosas
innecesarias. Cuando empezase a nevar ya le pediría que me la comprase, hasta
entonces, podía aguantar el frío.
Me metí bajo
las mantas y dormí por horas, hasta que la violenta lluvia contra la ventana me
despertó. Miré a mi alrededor, pero Junhyung todavía no había vuelto.
Preocuparse no era una opción, tenía que matar el tiempo o ir a buscarle, y
dado que se acercaba la hora de cenar, pensé que quizás el orgullo titánico de
mi compañero de aventuras no le permitía volver, y estaría vagando por los
alrededores del motel.
Cogí su
chubasquero y me lo puse, sonriendo suavemente al apreciar lo grande que me
quedaba. Yo no era especialmente bajito, de hecho, era más o menos de su
altura, pero mi extrema delgadez, que me hacía parecer el protagonista de
“Pesadilla antes de Navidad”, me hacía parecer mucho más menudo que Junhyung,
de anatomía corriente.
Recorrí los
pasillos e incluso salí a las escaleras de incendios, pero él no aparecía por
ninguna parte. Salí y di una vuelta a la manzana, fijándome en los interiores
de los bares y restaurantes a través de las ventanas, pero no estaba por
ninguna parte.
- No puede
ser… - Musité, apresurando inconscientemente mi paso hasta correr y llegar al,
ahora vacío, lugar donde estaba seguro de que habíamos aparcado el coche. Me
quedé estático, sobre las marcas de neumáticos, entre un Chevrolet negro y un
Toyota plateado. La lluvia se estrellaba contra mi chubasquero, haciendo un
ruido ensordecedor, pero que yo ignoraba debido a la sorpresa. Un Hyundai
también negro me sacó de mi shock con el claxon y yo me aparté, dejándole
aparcar en el sitio donde no hacía mucho estaba nuestro coche.
- Realmente
se ha ido? – Susurré, alejándome hasta apoyar la espalda en la pared de un
edificio. Una ráfaga de viento me arrancó la capucha violentamente, empapándome
el rostro y el pelo automáticamente. Sonreí con tristeza y me lo tomé como una
respuesta cruel y directa del destino. – Me he quedado solo… De nuevo.
Caminé por
las calles desiertas y de color gris durante lo que me pareció una eternidad.
Esa no era la ciudad más bonita de todas las que habíamos recorrido en los
últimos meses.
Mientras
caminaba, intentaba recordar en qué punto de mi odisea había llegado a la
brillante conclusión de que tirar mi móvil último modelo a una papelera era una
buena idea. Si lo tuviese… “Tampoco cambiaría nada. Él no tiene teléfono, no
podría ponerme en contacto aún así.”
Al final de
un callejón me topé con un manga-café, y tras palpar mis bolsillos y hacer
tintinear unas cuantas monedas, entré. Calculando el ruido que habían hecho, su
peso y su tamaño, deberían de ser más que suficiente para un bol de sopa
caliente y un cómic.
Entré y cogí
el primer bol que me topé, no era quisquilloso con la comida, y el último tomo
de One Piece. No estaba
seguro de en cual me había quedado, pero la trama me importaba un bledo,
únicamente quería distraerme un poco y asesinar el frío que me tenía calado
hasta los huesos. Lástima que las monedas no me llegasen para una chaqueta.
Llené el bol
con agua hirviendo y le agradecí a la dependienta con mi mejor sonrisa de
galán, pero esa sensación de rompecorazones se esfumó en cuanto me giré y
aprecié que todo el mundo en la sala estaba sentado con amigos o familia,
leyendo y compartiendo risas. Sonreí con cansancio y me alejé de cualquier ser
que pareciese mínimamente feliz, sentándome al fondo, en una esquina, entre
estanterías de revistas de ciencia y periódicos viejos, que nadie tenía interés
en mirar o curiosear, justo como yo. Mi personalidad sociable se había quedado
bajo la lluvia hasta congelarse y morir de hipotermia.
Cuando me
aseguré de que no me abrasaría en el intento, coloqué las manos alrededor del
bol y cerré los ojos ante la agradable y cálida sensación.
- Ah… -
Sonreí y me acomodé sobre los cojines del suelo. – Esto es vida!
Comencé a
comer, ignorando el dolor que sentía mi garganta al ser calcinada con los
fideos y la humeante sopa. Acabé hasta dejar el envase de plástico más limpio
que recién salido de fábrica y me tumbé, colocando el manga sobre mi barriga y
leyendo con una sonrisa en el rostro.
- De esto
hablaban unos chavales el otro día en el parque, Junhyung! – Solté una
carcajada que se extinguió lentamente al apartar el libro de mi vista y ver que
estaba completamente solo. Suspiré y esbocé una sonrisa triste.
- Está bien…
- Susurré, cerrando el cómic y dejándolo a un lado de mi cabeza, abrazando a un
cojín y encogiéndome sobre mí mismo. – Aún no es tan tarde… - Miré por milésima
vez el reloj desde que había entrado en la tienda y volví a sentir frío, mucho
frío. – Aunque quizás… Esta vez se haya ido de verdad. No le culparía… Yo
también me iría de mí mismo si pudiese…
- Ha
terminado? – La cajera se acercó con una bandeja llena de boles vacíos como el
mío y yo la miré, inexpresivo. – El ramen, ha acabado?
Asentí
suavemente y bajé la mirada, volviendo a mi posición fetal.
- Vamos a
cerrar en media hora, así que cuando quiera… - Cerré los ojos y sonreí.
- Una
preciosa invitación para que me vaya… - Susurré. Ella no me escuchó, y
simplemente colocó mi bol en lo alto de la pila de sus semejantes y se fue a
paso acelerado.
Tras unos
segundos de patetismo interior, me incorporé y, dejando atrás mi cómic, salí
sin despedirme de la chica, que educadamente me deseó que tuviese un buen
regreso a casa.
“No tengo
una casa a la que regresar… “, pensé en responderle, pero ya estaba bien de
drama. La lluvia había cesado, pero el cielo aún estaba gris y feo, robando el
color y la alegría a lo poco que lo poseía en aquella aldea.
Caminé de
nuevo sin rumbo, titiritando y notando las miradas de los demás, cubiertos con
abrigos y bufandas, clavarse en mi espalda. Era el chico raro, siempre lo había
sido, siempre el centro de las miradas, el protagonista de los rumores, la
diana de los dardos de insultos, el chico que no podía tener amigos porque era
una mala influencia para ellos, ni mascotas porque no era responsable. Era
Hyunseung.
- Está bien…
- Me consolé, llegando sin darme cuenta a la entrada del motel donde todavía me
alojaba. – No pasa nada, porque estoy muerto… - Caminaba con pasos pesados,
escaleras arriba, en dirección al cielo, deseando que ese día también tuviese a
Chester cantando en mis tímpanos como el día en el que le conocí. – Ese día
salté, intenté volar sin éxito, y me maté contra el asfalto. Morí, y como estoy
muerto, nada de esto me importa… Nada me afecta… Nada me duele. Como estoy
muerto, no me importa que se vaya, no me afecta, no me duele. No importa lo que
me pase, porque por fin estoy muerto.
En ese
momento, cuando tenía el pomo de nuestro cuarto en mis manos, mis tripas
hicieron acto de presencia, manifestándose con un sonido cómico y
exageradamente ruidoso.
- Vaya… -
Susurré, palpando mi tripa, plana y dura. – Me pregunto cuánto tardaría en
morir por inanición?
Junhyung POV
Piso con
fuerza el acelerador por esa carretera comarcal con destino a saber Dios dónde,
pero siempre, desde hace dos horas, con su imagen en la cabeza. Qué estará
haciendo? Estará llorando? Riendo? Durmiendo? Cómo se sentirá? Triste? Feliz?
Aliviado? Me extrañaría? Estará confuso por todo lo que está sucediendo? Ya
habrá dejado el pueblo y vuelto a su casa? O habrá ido a la policía? Negué con
la cabeza a mis propias hipótesis, dudando que Hyunseung fuese a delatarme o
incluso a alegrarse de mi ausencia. Solamente esperaba que no estuviese
llorando, porque con solo pensarlo, esa estampa de él, sollozando con
desesperación, me incitaba a presionar el freno y dar media vuelta. No
soportaba verle llorar.
- Rayos! –
Rugí, golpeando el volante con rabia y parando los limpiaparabrisas cuando paró
de llover. – Por qué demonios querrías morir, niñato caprichoso!?
Apreté la
mandíbula y suspiré, frustrado. Qué haría ahora que yo no estaba ahí para
decirle que dejase de pensar tonterías? De refilón, recordé cuando le puse el
puñal en el cuello, incluso hiriéndole, y él en ningún momento se quejó. Quién
valoraría tan poco su vida?
Recordar la
sangre recorrer su largo y pálido cuello me hizo tragar saliva, haciéndome
sentir culpabilidad, pero también algo más… De nuevo, esta sensación de
incomodidad que nacía directamente en mi estómago. Junto a esa imagen, vino la
de sus labios, y un grito de frustración.
- Qué
diablos me está pasando? – Mascullé, parando en un área de descanso y saliendo
del coche pegando un portazo. A mi alrededor se encontraba la nada más
absoluta, montañas y árboles. Suspiré, acuclillándome y apoyando la espalda en
la puerta del coche. – Quizás… Estoy dejando que todo esto me afecte demasiado?
Irme, dejarle solo… Habrá sido la mejor decisión?
Me despeiné
con frustración, sintiendo mi camiseta empaparse y helarme la espalda, pero no
me importó. Estaba demasiado sumido en mis pensamientos e intentando averiguar
por qué me preocupaba tanto por ese pequeño demonio.
- De todas
formas… - Musité, alcanzando un palo del suelo y dibujando figuras abstractas
en el suelo. – No es como si algo pudiese pasar entre nosotros… No hubiéramos
podido seguir así mucho tiempo… El dinero se acabaría en breves, ahora viene el
invierno y necesitaríamos calefacción, y eso también hay que pagarlo… Un
abrigo, que no tiene… - “Debería de haberle comprado uno ya… Y si se resfría?”
Tragué
saliva y una oleada de culpabilidad me empapó de la cabeza a los pies. Le había
dejado solo… Y si él pensaba que le había abandonado? No le faltaba razón, pero
me sentía culpable.
- Y si
realmente se cree que le he abandonado y hace alguna tontería? – Lancé la
pregunta al aire, pero una bofetada de mi subconsciente me hizo incorporarme y
acercarme al borde del espeso bosque. – PERO POR QUÉ NO PUEDO PARAR DE PENSAR
EN ÉL!? – Rugí, escuchando el eco y los píos nerviosos de los pájaros. Giré
sobre mis talones, frustrado y nervioso. Qué estaba haciendo? Qué estaba
pasándome? Por qué no era capaz de subirme al coche y continuar? Dejarle atrás
para siempre? Dudaba que todo esto fuese el famoso mono del tabaco.
Entré en el
coche y me desplomé sobre el asiento, fijando la vista en la nada y recordando
cuando fuimos de compras, lo contento que estaba por tener ropa nueva, cómo se
reía al probarse gafas de sol con formas ridículas, o cuando una prenda le
quedaba exageradamente grande. Sonreí también con el recuerdo. La sonrisa
infantil de Hyunseung era preciosa… Hacía que sus ojos brillantes y grandes se
empequeñeciesen hasta formar una línea, y solía desplomarse cuando se reía
demasiado porque le daba flato. Era ridículo, pero me gustaba.
Entonces me
di cuenta: Tener a Hyunseung a mi lado me hacía feliz. Tener una
responsabilidad por primera vez en mi vida me gustaba, sentir que tenía a
alguien a quien cuidar y proteger, aunque fuese molesto a veces, me gustaba que
estuviese a mi lado. Quería que estuviese a mi lado.
- Pero… - Me
llevé una mano al pecho, sintiendo cómo me faltaba la respiración. – Es mejor
que vayamos por separado… Es más seguro para él… - Mi vista se nubló y acabó
convirtiéndose en completa oscuridad. Intentaba respirar, pero no podía. Movía
mis brazos y piernas, pero no podía subir a la superficie… Estaba de nuevo en
el fondo del río, y escuchaba desde alguna parte unos gritos desgarradores de
socorro, pero no podía ver nada, estaba demasiado oscuro y mis pulmones dolían
en busca de algo de oxígeno en mi cuerpo.
Entonces,
del fondo del río, emergieron unas manos pálidas, pero esta vez, resultan menos
familiares… “Estas no son las manos de mi hermano.”, pensé, fijándome en ellas,
que brillan con extrema palidez. Tras fijarme, noté que la voz que siempre
solía ser de mi hermano, tampoco era de él, era una voz mucho más madura, no la
de un niño… Era la voz de Hyunseung, y esas manos delgadas, adultas, de dedos y
uñas largos y estilizados, también eran suyos.
- Hyunseung!
– Grité, pero bajo el agua no pude emitir ningún sonido. Me aferré a sus manos
con desesperación, intentando salvarle, ayudarle a subir a la superficie conmigo,
pero en cuanto mi piel hizo contacto con la suya, su rostro me sonrió y negó
con la cabeza, librándose de mi agarre y desapareciendo con una expresión de
tristeza en la oscuridad del fondo del río.
- NO! –
Rugí, pegando un bote en mi asiento y respirando con dificultad, salí del
coche. Seguía en la misma área de descanso, únicamente habían pasado un par de
horas, en las que probablemente me había desmayado por estrés o por
agotamiento. Tomaba grandes bocanadas de aire, aliviando el dolor punzante de
mis pulmones, que recibían el oxígeno con agradecimiento.
- Qué…? –
Susurré, mirándome las manos, que en mi sueño habían sujetado las de Hyunseung
con todas sus fuerzas y las mías. Jamás me había aferrado con tanta fuerza a
algo, ni siquiera a mi hermano en mis sueños. – Qué diablos acaba de pasar?
No lo supe,
ni hallé respuesta alguna por parte de mi lógica, pero cuando quise darme
cuenta, estaba conduciendo de vuelta a aquel pueblo de mala muerte, lo más
rápido que podía mi Nissan, cuyo motor se quejaba del esfuerzo, pero yo no le
daba tregua. Sentía que debía de llegar lo antes posible, sentía algo en el
pecho que me mantenía inquieto.
Cuando
llegué al aparcamiento del motel donde había estado esa misma mañana, era cerca
de media noche. El asfalto estaba empapado, y en cuanto me bajé del coche,
comenzó a llover de nuevo. “Muy buen presagio…”, ironicé, cruzando el parking y
entrando al edificio sintiéndome nervioso.
- Estará
enfadado? – Musité, subiendo las escaleras con pesar. – Quizás se sienta traicionado
y me mande a la mierda… - Frené en seco en las escaleras y enarqué una ceja,
mirándome en un espejo. – Qué mierdas estás pensando? Eres una chica, acaso!? Tan
solo haz como si nada hubiese pasado y listo! Si no le gusta, que se aguante!
Cogí la llave
del bolsillo y sujeté el picaporte, abriéndola y quedándome de hielo en el
marco de la puerta.
- Hyunseung?
– Hyunseung se encontraba tirado en medio de la sala, rodeado de un charco de
sangre, mi puñal a su lado y ambas de sus muñecas abiertas de par en par. Sentí
cómo mis piernas me fallaban. – Oye, si es una broma, no tiene ninguna gracia…
No se movía,
ni lo más mínimo, así que tiré mi chaqueta contra el suelo y corrí hacia él lo
más rápido que me permitieron mis piernas, derrapando con mis rodilla sobre el
parqué hasta frenar sobre su líquido vital, que empapó mis vaqueros
rápidamente.
- MALDITA
SEA, HYUNSEUNG!! – Me quité la camiseta y la desgarré en dos, envolviéndole las
muñecas con ella para parar la hemorragia. – NO SE TE PUEDE DEJAR SOLO NI UN JODIDO
MOMENTO, NIÑATO!? – Gritaba, sintiendo mis cuerdas vocales doler a causa de mis
rugidos, y no sabría decir si estaba llorando o no… Pero mi pecho dolía como si
fuese a desgarrarse en dos, tal y como mi camiseta. – TE JURO QUE COMO TE
MUERAS, TE REVIVIRÉ YO Y TE MATARÉ! ME OYES!? ME OYES!?
Le abracé
con todas mis fuerzas, poniéndole las muñecas en alto y acunando su cabeza en
mis rodillas, teñidas de rojo, de su rojo.
- Oye… -
Posé mi frente sobre la suya, sintiendo su débil respiración y pulso. – No me
dejes… Me prometiste que no morirías hasta que mi inocencia se demostrase,
recuerdas? Me lo prometiste!
Su rostro se
humedeció a causa de mis lágrimas y dejé de sentir su respiración. Tensé mi
mandíbula y ahogué un sollozo, tomando sus manos y besándolas, ignorando que
estaban empapadas de su esencia vital.
- No… No… - Estaban
frías, muy frías. – Estoy aquí, no me he ido… Así que no te vayas tú…
Hyunseung! Me oyes!? No te vayas! No puedes morir, aún no has demostrado que
soy inocente, recuerdas? Tienes que quedarte a mi lado hasta entonces! Tenemos
que ir a comprarte una chaqueta, y las clases de inglés hay que terminarlas! No
eres de los que dejan las cosas a medias y rompen promesas, verdad que no? Te
conozco muy bien…- Le besé la frente una vez más y le observé, con esa
expresión de paz y calma. – No sé qué voy a hacer si no estás a mi lado… No sé
qué hacer sin ti!
- Pf… - Me
quedo de hielo, parpadeando un par de veces hasta que él abre unos de sus ojos
y me sonríe alegremente.
- Qué…!?
- Aún no estoy
muerto! – Rompe a reír y yo, tras analizar durante unos segundos qué está
pasando, siento mi sangre hervir y mi instinto asesino renacer.
- Capullo…
Eres lo peor. – Eso lo decía, pero no era capaz de soltarle. Me daba miedo que
esto fuese otro sueño y en la realidad sí que estuviese muerto.
Hyunseung me
miraba con una sonrisa dulce y sus ojos brillaban, aunque con cansancio,
probablemente por la pérdida de sangre. Entonces me di cuenta de que los cortes
eran horizontales, es decir, no mortales, en lugar de verticales. Si hubiesen
sido verticales, se habría desangrado en minutos. “Lo habrá hecho a propósito…?
Quería morir de verdad o simplemente probar la experiencia de casi morir?”
Decidí no preguntárselo.
- Oye… -
Soltó una de sus manos de mi agarre y me acarició una mejilla con suavidad. –
Sabes que es patético llorar por un hombre siendo un hombre? – De nuevo, sentí
ganas de llorar. Bajé la mirada y tragué saliva, aguantando las lágrimas. – No
pongas esa cara… No pareces tú… Dónde está ese hombre que me sacaba fotos
cuando me iba a suicidar? El insensible y sarcástico Yong Junhyung? – Levanté
la mirada, dejando caer una única lágrima y él sonrió de nuevo. – Quiero a ese
hombre aquí y ahora.
- Eres un
jodido cabrón, Yang Hyunseung. Que lo sepas. Te odio. Mucho. Demasiado. –
Hyunseung miró mi mano, que se aferraba a la suya con todas mis fuerzas, y
asintió, sin dejar de sonreír.
- Eres el
ser más idiota sobre la faz de la tierra, un auténtico gilipollas. – Apreté su
mano en la mía aún con más fuerza, casi estrujándosela, y su sonrisa no hizo
otra cosa más que ampliarse.
- Hyung… -
Abrí los ojos como platos al escucharle llamarme así por primera vez. Fijé mi
mirada en la suya y atisbé un rayo de arrepentimiento y disculpa en sus ojos
marrones.
- Qué?
- Al
principio, cuando todo esto empezó, me dabas mucho miedo… Pero a medida que el
tiempo avanzó, mi forma de verte cambió. – Escuchaba atentamente todo lo que
decía. Hablaba pausadamente y en voz bajita, como si lo que me estaba contando
fuese un secreto entre los dos. – Y ahora, quiero quedarme a tu lado… No me
importa cómo vaya a acabar todo esto, pero que acabe con los dos juntos. –
Tragué saliva. – Pero… Si soy una molestia, Hyung, no te preocupes… Simplemente
acabaré lo que empecé y listo. No pasa nada, no es algo por lo que haya que
montar un drama.
- Hyunseung…
- Aunque
ahora he fracasado… - Sonrió alegremente y se llevó la mano libre a la cara,
tapándose la boca y guiñándome un ojo. – Qué vergüencita!
Enarqué una
ceja ante su intento de actuar adorable y resoplé.
- Realmente
debes de ser un idiota… - Él rió y aferró su mano a la mía. Yo le observé.
Tenía el rostro sucio por la sangre pegajosa, casi seca, de sus manos. – Cómo
puedes reír cuando estás cubierto de sangre?
Él sonrió
con ternura y acarició mi rostro de nuevo. Cerré los ojos, sintiendo la
agradable pero al mismo tiempo siniestra sensación de su tacto, húmedo y
viscoso porque el líquido ya estaba coagulando.
- Y cómo
puedes llorar tú si soy yo el que está sangrando? – Susurró. Abrí los ojos y se
me contagió su sonrisa. – Vaya, delincuente Yong, no sabía que tenías esa
sonrisa escondida… - Le miré y amplié mi sonrisa, ayudándole a incorporarse
poco a poco. – Es bastante mejor que ese ceño fruncido permanente que siempre
me muestras…
No respondí
y fui al baño a por el botiquín, sentándole en la cama y retirándole con
cuidado la tela de mi camiseta de las muñecas, que se pegaba a su piel. La
quité con delicadeza, de forma que no volviese a provocar la hemorragia.
Hyunseung observaba todo atentamente, en silencio, como si le fascinase el
hecho de ver sus propias heridas de esa forma. “No…”, pensé, “No es eso…”.
Levanté la mirada y él también lo hizo, sonriéndome con ternura por un
instante, antes de volver la mirada a sus heridas de nuevo. Sonreí también y
cogí el agua oxigenada y el cicatrizante. “Probablemente lo que le gusta es que
alguien le esté ayudando a aferrarse a la vida… Dudo que lo haya experimentado
antes.”
Cuando
terminé de desinfectarle los cortes, y asegurarme de que no necesitarían
puntos, cogí las vendas y las envolví con firmeza, de forma que no pudiese
moverlas mucho y no provocase que volviesen a abrirse y ponerlo todo perdido.
- Estoy
cansado… - Susurró. Miré el reloj, tras guardar todo de nuevo en el botiquín y
dejándolo en el baño.
- Es tarde.
– Era de madrugada, cerca de las cuatro. – Ve a la cama, yo limpiaré esto. –
Señalé el desastre gore que seguía en el suelo, algo más oscuro que cuando yo
llegué, formando una enorme mancha irregular de un color casi negro.
- Puedo
limpiarlo yo mañana. – Negué, cogiendo las toallas del baño y llenando una
palangana con agua tibia.
- Tú tienes
que comer mucho y descansar para recuperar la sangre que has perdido. – Sonrió
y asintió, recostándose lentamente y mirándome, mientras yo empapaba las
toallas blancas y las teñía de carmesí.
- Hyung… -
Musitó. Le miré.
- Qué?
- No me lo
vas a preguntar? – Su mirada se había vuelto fría de nuevo, con un velo opaco
por encima que le borraba cualquier brillo de alegría. Fruncí el ceño, sabía a
qué se refería. – No quieres saber por qué me he intentado matar?
- Solamente
si tú quieres contármelo. – Susurré, sentándome en el suelo, dejando la
limpieza a un lado.
- Yo… -
Cerró los ojos, como si todo fuese más fácil en la oscuridad. Probablemente
para no ver mis reacciones a su historia. – Yo era un chico bien. Venía de una
familia adinerada, mi madre era profesora de instituto y mi padre cirujano
plástico. Vivíamos en una gran casa, de esas que tienen lámparas de cristales
inmensas y alfombras extranjeras cubriendo los pasillos. Teníamos alguien que
preparase la comida, alguien para que limpiase lo que nosotros desordenásemos,
que arreglase los enormes jardines. Teníamos una piscina para cada época del
año, y un border collie llamado Lauren. Jamás me paré a pensar que todo eso
podría desplomarse hasta que un día, cuando esperaba desde el Mercedes a que
las verjas se abriesen, unos flashes y gritos de preguntas que no lograba
entender, me cegaron y ensordecieron. Los cristales tintados de mi coche me
protegieron, pero no pudieron hacerlo cuando llegué al colegio.
- Qué diablos está pasando? – Preguntó
Hyunseung a Jinyoung, el chófer de la familia desde que él tenía memoria. El
hombre le sonrió a través del retrovisor, tranquilizándole.
- No debe de ser nada, señorito, no se
preocupe. Lleva usted su almuerzo? – Asentí y lo dejé estar, pero cuando llegué
a las puertas del instituto, noté más miradas sobre mí de las que solía haber.
- Hola! – Saludé alegremente como solía
hacer, y cualquier otro día, las chicas habrían chillado, los chicos me habrían
sonreído con envidia, e incluso alguno de ellos se habría acercado a mí a
intentar entablar amistad, pero no ese día. Ese día, las miradas eran frías, de
asco, de odio. A medida que yo caminaba, intentando que mi seguridad no se
desplomase, los murmullos y susurros aumentaban a mis espaldas.
- Y tiene el valor de venir al colegio? –
Escuché a uno decir.
- A mí se me caería la cara de vergüenza. –
Musitó otro.
- No se te puede caer lo que no tienes.
- Debería de irse del país…
- Del país? Debería suicidarse como mínimo.
- Toda su familia es asquerosa…
- Mi madre ha cancelado todas sus citas con
su padre.
- Lo mismo la mía.
- Toda mi familia ha roto contacto con la
empresa de su padre.
- Escuché que su madre no ha ido hoy al
trabajo, la llamaron a primera hora para despedirla.
- Normal.
Cientos de voces llegaban a mis oídos a
medida que subía las escaleras hasta el segundo piso, donde se encontraba mi
clase. Pero, aquella aula, que normalmente sería ruidosa y alegre, ese día era
ruidosa pero su alegría brillaba por su ausencia, más aún cuando abrí la puerta
y se hizo el silencio más absoluto. Enarqué una ceja y localicé con la mirada
mi escritorio, donde alguien había escrito con permanente, entre otros
insultos, la palabra “monstruo”.
Me acerqué y dejé mi mochila como todas las
mañanas, sonriendo alegremente hasta que un periódico aterrizó volando en mi
mesa. Tensé la mandíbula y lo retiré de un zarpazo.
- Se puede saber qué cojones os pasa a todos
hoy? – Me incorporé, pegando un puñetazo a la mesa, pero otro periódico
aterrizó esta vez en mi cabeza. Me giré, escudriñando a todo el mundo con la
mirada, pero todos ellos me la devolvían cargada de odio. Desde luego, no era
algo a lo que yo, un chico que siempre había sido querido e idolatrado,
estuviese acostumbrado.
Cogí el periódico y en primera página había
una foto de mi padre entrando en su coche, intentando protegerse la vista de
los flashes con el maletín del trabajo. El titular decía: Prestigioso cirujano
plástico es acusado de asesinato.
Abrí los ojos como platos y me desplomé
sobre mis rodillas mientras continuaba leyendo el no necesariamente escueto
artículo.
- En él, contaban cómo mi padre llevaba
siendo investigado desde hacía meses por prácticas de aborto ilegales, pero que
hacía una semana, una de las chicas que recurrieron a sus servicios, había
muerto desangrada, y muchas otras habían enfermado por una mala práctica
quirúrgica. – Tragué saliva y le miré. Tenía los ojos cerrados firmemente y
agarraba la sábana con tanta fuerza que temí que sus heridas se reabriesen.
- Hyunseung,
- le llamé. – tú no tienes la culpa de
lo que tu padre hiciese o dejase de hacer. Tú eres tú y él es él.
- Lo sé. –
Dijo. – Pero mis compañeros no lo vieron así. Todos aquellos a los que
consideraba mis amigos, me dejaron de lado y comenzaron a acosarme. En mi
comida siempre aparecían escupitajos, ya fuese del personal del centro o de alguno
de mis compañeros. De vez en cuando, alguien se acercaba para hablar conmigo,
pero a medida que alguno lo hacía, averiguaba que había sido sobornado por
algún periodista de turno para sonsacarme información sobre mi familia.
Finalmente, opté por aislarme. No dejaba que nadie se acercase a mí, mis notas
bajaron hasta que provocaron mi expulsión del centro, pero yo seguía acudiendo
cada día, únicamente para no estar en casa y escuchar a mis padres peleándose.
Mi madre acabó dejando la residencia y volvió con mis abuelos a la costa, y mi
padre se encerró en su despacho a ahogar sus penas en coñac. Cada día, en la
papelera, aparecían botellas vacías y rotas. Cuando me prohibieron finalmente
la entrada en clase, acudía a la azotea. No tienes ni idea de cuantas veces
soñé con saltar y acabar con todo… Odiaba aquello. Mi padre se había librado de
la cárcel gracias a su apestoso dinero, y por ello, yo era conocido en todo el
país como el hijo del asesino que jamás pisaría una prisión. Deseaba saltar al
vacío, estrellarme contra el asfalto y ponerlo todo perdido de sangre, pero me
faltaba valor.
- Tan solo
estabas? – Musité, acercándome a la cama y sentándome a su lado. Él asintió y
dejó caer una lágrima antes de hundir la cara en la almohada.
- Pero un
día, el día que realmente estaba decidido a acabar con todo, algo ocurrió… -
Susurró, girando el rostro y mirándome con una expresión de dulzura. Parpadeé.
- Qué?
- Apareció
un ángel. – Enarqué una ceja. Se le había ido la pinza? – Un ángel me salvó la
vida, un ángel que había sido expulsado del cielo a patadas, una víctima de la
injusticia, como yo.
Noté mi
corazón acelerarse. Hyunseung estaba hablando de mí. De repente, su mirada se
humedeció y comenzó a llorar, haciendo que todo mi cuerpo se congelase de
repente. Odiaba verle llorar… Solamente lo había visto un par de veces, pero
cada lágrima que derramaba dolía como el hierro al rojo vivo sobre mi piel.
- Hyunseung…
- Me acerqué y posé una de mis manos sobre su cabeza, acariciándole el pelo con
delicadeza, intentando calmarle. Sentía la necesidad de hacerlo. De aliviar su
pesar.
- Hyung… -
Sollozó. – Tenía tanto miedo… Estaba tan asustado… - Apenas se le entendía en
su llanto, tan ruidoso que temí que viniesen a llamarnos la atención. – No me
dejes solo nunca más… Nunca!
Le observé
atentamente unos segundos antes de abrazarle contra mi cuerpo con todas mis
fuerzas.
- Por eso he
vuelto, idiota.
Nos
acostamos juntos en la cama individual, él sollozando en mi pecho y yo
acunándole hasta que se hizo de día.
Cuando
dormía a mi lado, con el agotamiento y el miedo plasmado en su rostro, le
acaricié la mejilla y me prometí a mí mismo que jamás le dejaría solo… Pasase
lo que pasase, no le dejaría volver a cargar con todo eso en su interior él
solo de nuevo.
- Yo te
protegeré… - Susurré, apartándole los largos mechones castaños del rostro y
acercándome a sus labios, le besé con suavidad y cuidado para no despertarle. –
Ahora solo tienes que dejar que te proteja.
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