Abril de 1986
- Kyungsoo!
- Do Sora, la madre de Do Kyungsoo, llamaba a su hijo por toda la casa,
mientras un señor de unos cincuenta años, gafas redondas con gruesos cristales
y el ceño fruncido, esperaba en la entrada mientras miraba el inmenso reloj de
la pared, cuyas agujas avanzaban sin esperar por el pequeño. - ¡Tu maestro está
aquí! ¡Sal ahora mismo!
- Esto es
inaceptable. - Protestó el hombre. La señora se giró hacia él, avergonzada, y
le hizo una reverencia a modo de disculpa.
- Lo siento
mucho, profesor. Le juro que jamás se había comportado así.
- Madame,
tengo muchas cosas que hacer. Usted puede estar todo el día en su casa
ordenándole a sus criadas que le saquen brillo a la plata, pero yo tengo una
apretada agenda. Agradezca que su marido es un íntimo amigo mío y me ha
insistido hasta lo impensable para que acepte darle clase a su hijo.
- Se lo
agradeceremos eternamente, profesor. - Otra reverencia por parte de la elegante
señora, dueña de la prestigiosa casa, conocida en todo el país por su riqueza,
fruto del trabajo de generaciones de la familia Do, con gran influencia en la
bolsa norteamericana.
- Además,
como bien le dije a su marido, Kyungsoo debería de haber empezado con las
clases desde hace años, no ahora. Con doce años ya no absorbe lo mismo que con tres.
- Aún es un
niño, profesor. - Se excusó la dama.
- Eso es
discutible. - Masculló el señor, perdiendo la paciencia por momentos. - Por
favor, ¿puede traer aquí a ese mocoso? En tres cuartos de hora tengo una clase
con alguien a quien sí le interesa el piano.
- Jieun! -
La señora llamó con impaciencia a una de las criadas, que observaban todo desde
el salón, con la mirada baja y sin expresar ningún tipo de opinión sobre la
situación. Esa era parte de su labor.
- Sí,
señora. - Kim Jieun, una mujer de unos treinta años, avanzó dos pasos de entre
sus compañeras.
- Dónde está
Jongin?
- Sacándole
brillo a sus zapatos, señora.
- He
preguntado dónde está, no qué está haciendo.- Sora la reprendió con la mirada y
ésta se encorvó un poco más sobre ella misma, más de lo que ya estaba. A pesar
de ser una mujer joven y de una belleza desmesurada, con labios gruesos, piel
morena y pelo de color azabache, los años de duro trabajo, desde que era una
niña, para la familia Do, no habían pasado en balde.
- En el
trastero, señora.
- Pues
dígale a su hijo que traiga ahora mismo a Kyungsoo. No esperaré más de tres
minutos, o recibirá un severo castigo.
Jieun la
miró con miedo y asintió, excusándose con un gesto de la cabeza antes de salir
apresuradamente escaleras arriba en busca de su hijo.
El hijo de
Kim Jieun, Kim Jongin, había nacido hacía once años, fruto de una aventura
entre la criada y el entonces jardinero. Nada más que una noche loca, que pese
a que pareció tener como fruto un accidente que podía costarle el puesto, acabó
siendo una bendición en la vida de la señora. Jongin era un niño que había
conseguido hacerse un sitio dentro del servicio de la casa, que ayudaba en todo
lo que podía a su madre y a sus compañeras.
Lo que no
muchos en la casa sabían, salvo la misma Kim Jieun y Do Sora, era la estrecha
amistad que había crecido entre los dos niños de la mansión. Jongin no podía
permitirse una escolarización, así que Kyungsoo disfrutaba creyéndose un
maestro que enseñaba a Jongin desde las letras hasta las tablas de multiplicar.
Mientras Jongin trabajaba, Kyungsoo le perseguía recitándole la historia de su
país, y el más pequeño disfrutaba aprendiendo, como diría el profesor de piano
de Kyungsoo, como una esponja.
Por eso,
mientras Jieun subía las escaleras a toda prisa, no podía evitar sonreír al
pensar qué clase de conocimientos le estaría regalando Kyungsoo a su hijo
mientras le sacaba brillo a los tacones de la dueña de la casa. Sora ya la había mandado a propósito en busca
de Jongin porque sabía que ambos estarían pegados como una lapa al otro.
- ¿Lo has
entendido? - Preguntó una voz infantil al otro lado de la puerta. Jieun sonrió
al reconocer la voz de su joven amo.
- No…
- ¡Tienes
que despejar primero los paréntesis! Y después ya vas por orden: Primero
multiplicaciones y divisiones, y después el resto.
- Eso es muy
difícil…
- En
absoluto. Venga, prueba de nuevo. - La madre del pequeño rió con suavidad y
llamó a la puerta del trastero. El silencio se hizo al otro lado.
-
¿Contraseña? - Preguntó Kyungsoo. Jieun rió de nuevo.
- ¡Ya es
Navidad!
- ¡Adelante!
Jieun empujó
la puerta y recibió a los dos pequeños con una sonrisa.
- ¡Mamá! -
La saludó Jongin, dejando el zapato en el suelo y sonriéndole con dulzura. Ella
le peinó con cariño y Kyungsoo lo observó con envidia. A él su madre no le
peinaba, y Jieun se dio cuenta de la mirada de enfado del pequeño, así que se
acercó y le peinó también, consiguiendo arrancarle una sonrisa. Kyungsoo no era
alguien especialmente alegre, pero Jongin conseguía arrancarle sonrisas.
- Kyungsoo,
- Le llamó la señora con suavidad. - Tu mamá quiere que bajes.
- Ya la
escuché. - Replicó el pequeño, recogiendo los cuadernos llenos de números del
suelo y apilándolos al lado del calzado infinito de su madre.
- ¿Y por qué
no has obedecido? - Jongin le miró fijamente con sus ojos grandes y negros.
Kyungsoo le devolvió la mirada y la bajó, poniendo morros.
- Porque
estaba jugando con Jongin.
- Pero
tenías clase de piano, ¿no es así?
- Eso no es
divertido. Jugar con Jongin sí que lo es. - Jongin sonrió con suavidad y se
acercó muy lentamente a su amigo, que pese a ser un año mayor, era notablemente
más bajito que él. Cuando estuvo a su lado, tomó su mano y le sonrió
alegremente. Jieun sonrió con ternura al ver que Kyungsoo se sonrojaba y también
sonreía.
- Hyung,
¿por qué no bajas a aprender a tocar el piano? - Le preguntó Jongin, mirándole
con calidez. Kyungsoo le miró fijamente. Sus ojos también eran muy grandes,
dándole un aspecto simpático cuando miraba fijamente a alguien.
- No quiero.
Es aburrido.
- Así
después puedes enseñarme a mí. A mí sí que me parece divertido aprender a tocar
un instrumento… ¡Como ese Mozart del que me hablaste! ¡Me dijiste que tocaba
con los ojos vendados cuando tenía 3 años!
- Hum… -
Kyungsoo empezaba a vacilar. La influencia de ambos niños en el otro era fruto
de esa estrecha amistad que había nacido entre ellos dos. Kyungsoo no iba a la
escuela, tenía tutores que acudían a su domicilio para enseñarle todo lo
necesario y más sobre el mundo y la vida.
- Ve, cielo.
- Jieun le alentó con cariño, rebuscando en el bolsillo de su vestido negro,
sacando un dulce que en seguida atrapó la vista de ambos niños. - Si bajas, te
daré el caramelo, ¿sí?
Kyungsoo
frunció el ceño y miró a su amigo, que salivaba ante la vista de la recompensa.
- No lo
quiero, pero gracias. Dáselo a él. - Empujó a Jongin, soltándose de su mano, y
éste le miró, preguntándose si estaría bien aceptar.
- ¡Kyungsoo!
- En ese momento su madre apareció por la puerta, furiosa. - ¿A qué diablos
esperas para bajar? ¿Tienes idea de cuánto le pagamos a ese hombre para que
venga a enseñarte?
- ¡No quiero
aprender piano! - Le replicó el niño, colocándose inconscientemente delante de
Jongin. Había visto demasiadas veces a su mejor amigo ser abofeteado por su
madre, y quería protegerlo a toda costa.
- Sí, sí que
quieres. Baja ahora mismo y aprovecha la escasa media hora que le queda a ese
hombre. Entiendo que no quiera malgastar su tiempo en ti, pero tienes que
atesorarlo como si fuese oro.
- ¡Que no
quiero! - Kyungsoo chilló en el momento en el que su madre le agarró con
firmeza de la muñeca, clavando sus uñas rojas y lacadas en la tierna carne de
su hijo. Jieun se incorporó inmediatamente y la miró con desesperación. El mal
carácter de la familia Do también era vox populi en la sociedad coreana.
- Señora,
por favor. Es solo un niño… - Sora levantó la mirada y la apuñaló con la
mirada. Jieun inmediatamente enmudeció.
- ¿Disculpa?
- Soltó al niño y sus tacones resonaron en la sala, mientras ella avanzaba
hasta su sirvienta. Jongin corrió hasta su madre y se colocó delante de ella,
con los brazos extendidos y el miedo reflejado en sus ojos. La señora Do enarcó
una de sus pintadas cejas y empujó de un manotazo al niño, que cayó de culo al
suelo, con el consecuente gesto de dolor. Jieun rogó con la mirada a su hijo
que se estuviese quieto, mientras ella se encogía sobre sus hombros de nuevo,
como hacía unas cuantas horas. - Me ha parecido escucharte hablar… ¿Me
equivoco?
La sirvienta
no supo qué contestar. Si lo admitía, su señora la castigaría, y si lo negaba,
le acusaría de llamarla mentirosa y también le castigaría.
- ¿Ahora
osas no contestarme? ¿Te has olvidado de quién recogió a tu madre de la calle
cuando tú no eras más que una cría? ¿En plena guerra? ¿Lo has olvidado?
- No,
señora.
- ¿Quién
fue?
- La señora
Do, señora. Su madre.
- Exacto. ¿Quién
te alimentó y te proporcionó ropas y cobijo?
- Su madre,
señora.
- Cierto. ¿Y
quién aceptó no ponerte en la calle cuando te quedaste encinta por fulana?
¿Quién corrió con los gastos médicos de tu parto y acogió a tu criatura bajo su
techo? ¿Quién le alimentó y le proporcionó ropas y cobijo?
- Usted,
señora.
- Bravo,
Jieun. Pareces saberte la historia… Pero por otro lado no parece que hayas
aprendido a mostrar tu gratitud. ¿Cómo es posible?
- Lo siento
muchísimo, señora. - Musitó la criada, al borde de las lágrimas debido a la
humillación sufrida. Lo que más le dolía era que su hijo estaba viéndola ser
pisoteada, y la mirada de odio del niño hacia su ama daba a entender que ella
no era el único que estaba sufriendo la humillación.
Kyungsoo
mientras, era el que más odio cargaba en la mirada. No odiaba a su madre, pero
sí que le parecía repulsivo que se creyese superior al resto de los seres
humanos solo por su apellido.
- ¡Mamá! -
Chilló con todas sus fuerzas, haciendo que la señora se girase sobre ella misma
y le mirase con el ceño fruncido.
- ¿Qué?
- Mi
profesor está esperando, ¿no? - Ella enarcó una ceja, pero Kyungsoo mantuvo su
semblante firme. - Bajemos. Quiero saber qué es eso que tiene el piano que hace
que todos se vuelvan locos por saber tocarlo.
La dama
asintió suavemente, sintiéndose triunfal por haber logrado convencer a su único
hijo de que hiciese lo que ella quería. Pero, en realidad, él solo quería
alejarle de su mejor amigo y de su madre, a toda costa.
- Sentimos
el retraso, profesor. - Sora puso las manos sobre los hombros de su hijo, que
encaró al hombre directamente. El señor frunció el ceño aún más
pronunciadamente y suspiró con resignación.
- Aprovecha
mi tiempo, muchacho. Vale oro.
- Eso lo
decidiré yo, profesor. - Replicó Kyungsoo, librándose del agarre de su madre y
encaminándose primero a través del salón de la derecha hasta llegar al fondo,
donde había un hermoso piano de cola negro y brillante, sin todavía un uso.
-
Impertinente. - Masculló el hombre antes de sentarse en la banqueta y deslizar
los dedos por las teclas de marfil, asegurándose de que el instrumento estaba
afinado apropiadamente.
El señor se
pasó unos minutos en silencio absoluto, bajo la mirada aburrida de Kyungsoo,
mientras tocaba varios acordes aleatorios que hacían una melodía que carecía de
originalidad y a la que Kyungsoo le pilló indiferente.
- Está bien
afinado. - Musitó finalmente el hombre, mirando a Kyungsoo con crudeza.
Kyungsoo enarcó una ceja y no se movió de su sitio.
- Dime,
niño. ¿Tienes algún conocimiento anterior del arte del piano?
- Ni
siquiera el básico, profesor. Por favor, sálveme de la ignorancia. - El maestro
decidió que sería mejor ignorar la impertinencia de su alumno y se giró de
nuevo hacia el instrumento.
- Entonces
aprovechemos la escasa media hora que nos queda y logremos aprender la primera
pieza. - Dijo, colocando sus larguísimos dedos y comenzando a tocar una pieza
de Beethoven que Kyungsoo reconoció al momento. ¿Le estaba tomando el pelo? El
segundo movimiento de la “Oda a la Alegría” no era algo de un nivel básico y él
lo sabía. Su maestro se estaba vengando de él por tratarle como al ser
despreciable que a su parecer era, y probablemente mañana se negaría a volver
bajo el dicho de que él era un inútil y no tenía talento, sus padres se
enfadarían con él y le castigarían. Kyungsoo era un niño muy inteligente, y
orgulloso como ninguno, así que si tenía que aprenderse todas las obras de
Beethoven en media hora, lo haría.
Su maestro
le enseñó primero los movimientos de la mano derecha con una paciencia que
brillaba por su ausencia, y luego los de la izquierda de una forma más
apresurada todavía. Finalmente, tras veinticinco minutos, el hombre decidió que
era suficiente y que mañana volvería para ver si era capaz de tocarla. Kyungsoo
le miró con odio cuando le contó la situación a Do Sora.
- Su hijo
parece haber nacido con la psicomotricidad de un mendrugo de pan, pero le daré
una oportunidad por la amistad que me une a su marido.
- Muchísimas
gracias, profesor. Que Dios se lo pague.
- Dios no
mantiene mi casa, madame. Le pasaré la factura a su marido.
- Por
supuesto. Le diré que le pague generosamente. - La sonrisa cordial y sumisa de
la mujer hacía que a Kyungsoo se le erizase el vello.
- Mañana
volveré para ver si su hijo ha logrado aprenderse la obra que le corresponde a
su edad. Si lo consigue, le daré una oportunidad. Si no, lo siento, pero no
tengo tiempo que perder.
- Lo
entiendo, profesor. Está usted más que invitado a volver mañana. Me preocuparé
de que esta vez no se le enfríe el té en la espera, y me disculpo una vez más por
perder su tiempo aquí.
Un suspiro
de frustración fue lo único que la madre de Kyungsoo obtuvo como respuesta por
parte del estricto profesor.
- Tú. -
Llamó a su hijo cuando hubo despedido apropiadamente al señor, obsequiándole
incluso con una caja de los carísimos puros que a su marido le regalaban en
Estados Unidos, importados de Cuba de una forma cuya legalidad escaseaba.
- Yo. -
Contestó Kyungsoo, recibiendo una mirada severa de su madre, cuyo impecable
peinado se había deshecho parcialmente a causa de andar subiendo y bajando
escaleras, un esfuerzo que ella no estaba acostumbrada a hacer.
- Más te
vale que te pases el resto del día practicando o le diré a tu padre que te dé
unos buenos azotes. ¿Entendido?
- ¿El resto
del día?
- Hasta que
te sangren los dedos si es necesario. - Kyungsoo se sentó con frustración en la
banqueta y su madre cerró las puertas del inmenso salón. En la lejanía, el niño
pudo escuchar a su madre prohibir al servicio la entrada hasta que fuesen las
diez de la noche. Cinco horas quedaban hasta entonces.
- Se va a
enterar ese repipi repeinado. - Masculló, mirando las partituras que ni
siquiera le habían enseñado a leer. Por suerte, era un niño inteligente, y no
tardó más de una hora y media en llegar a la conclusión de que cada nota era
correspondiente a una tecla del piano, y gracias a que recordaba la melodía
claramente, pronto pudo leerla, no sin esfuerzo para lograr la fluidez deseada
de la lectura. Su abuela materna, antes de morir, siempre dijo que el niño
tenía un talento especial para la música, y sobre todo para el canto, pero a
sus padres no les apeteció insertar a su hijo en el mundillo hasta que se puso
de moda y toda la alta sociedad tenía pequeños pianistas y violinistas entre
sus herederos.
Aunque jamás
lo admitiría, el pequeño Kyungsoo disfrutó de esas horas de práctica de piano.
Estaba solo, sin nadie que le dijese a qué ritmo debía de hacerlo, ni que dejase
de prestarle atención a aquellas teclas que no entraban dentro de la pieza y
que a él le divertía pulsar sólo para saber cómo sonaría si Beethoven en vez de
pulsar un fa, hubiese optado por un re sostenido. Pero, sobre todo, lo que
movía a Kyungsoo hacia querer perfeccionar la pieza hasta un nivel profesional,
era ver la cara de Jongin al ver los resultados de un solo día de lo que él
diría que no había costado ningún trabajo y que era talento natural. Deseaba
enseñar a Jongin sus avances con el piano que tanto le gustaba y que tocase a
su lado.
Entonces,
llamaron a la puerta secundaria del salón. Kyungsoo cesó el movimiento de sus
manos y la observó abrirse despacio. Sonrió al sentir el aura tímida que se
podía sentir aún con la puerta de madera maciza de por medio.
- ¿Se puede?
- Una voz infantil y familiar rebotó por las paredes empapeladas.
- ¡Jongin! -
Kyungsoo siempre se sentía muy feliz de ver a su amigo. Y cuánto más tiempo
pasaba sin verle, más feliz se sentía. Jongin asomó su cabeza castaña y corrió
hacia su compañero, sosteniendo un trapo y un producto de limpieza de color
blanco. - ¿Sabes? Ya sé tocar el piano.
Jongin no
censuró su expresión de sorpresa y admiración.
- ¿En tan
sólo un día? - Kyungsoo se creció y asintió, pavoneándose. - Caray…
- Ahora
también podré ser su maestro de piano. ¿Te gustaría? - Los ojos negros del
sirviente se iluminaron y asintió enérgicamente, haciendo que el flequillo, ya
demasiado largo, le cayese en la cara y le cubriese los ojos. Kyungsoo rió y se
lo retiró del rostro, colocando los mechones hacia atrás y por detrás de las
orejas. Jongin le sonrió con dulzura y agradecimiento.
- ¿Quieres
empezar a aprender ahora? - Jongin negó con un puchero y levantó ambas sus
manos, mostrando el trapo y el recipiente que antes le habían llamado la
atención a Kyungsoo.
- Tengo que
limpiar la plata, me ha mandado la Señora. - Kyungsoo puso los ojos en blanco.
- ¡Yah! ¡Te
he dicho que no la llames así! ¡Ella no es tu dueña!
- Pero…
- ¡No! Yo lo
soy, ¿está claro? ¡Tú eres mío y no suyo! - Jongin le miró con los ojos muy
abiertos, sorprendido por los repentinos gritos de su amigo. Kyungsoo le miró
fijamente con el semblante serio. Jongin era alguien muy especial para él,
tanto que no soportaba la idea de que alguien más se hiciese llamar su
propietario. Los sentimientos que inundaban al pequeño Kyungsoo al ver a Jongin
eran posesivos y necesitaba tenerle cerca de él para no sentirse solo. A la
temprana edad de doce años, Kyungsoo todavía no entendía qué significaban esos
sentimientos, pero la madurez acechaba a la niñez, y el tiempo siempre trae
consigo cosas bellas, pero también duras y difíciles. Lo mismo ocurría con
Jongin: la niñez y la ignorancia sobre uno mismo ayudaban a que esos dos
todavía no supiesen absolutamente nada sobre sus propios corazones.
- Puedes
limpiar mientras yo toco… ¿Quieres? - Jongin sonrió con suavidad y asintió,
cogiendo un candelabro y sentándose en el suelo de madera, mirando con
admiración a un Kyungsoo que desde su punto de vista, ahora era inmenso. En
todos los sentidos.
Kyungsoo
tocaba sin cometer apenas errores, y de todas formas, aquellos que cometía no
eran notorios para Jongin y su pequeño gran amigo, idealizado.
- ¿Es
Mozart? - Preguntó cuando Kyungsoo acabó la pieza. Éste negó con la cabeza,
sintiendo ahora la timidez que conllevaba los aplausos entusiastas. - ¿Bach?
¿Chopin?
- Beethoven.
- Contestó. Jongin asintió, satisfecho por haber aprendido hoy algo nuevo. - La
novena sinfonía, también conocida como “El Himno de la Alegría”.
- Entiendo
por qué se llama así. - Musitó, sonriéndole felizmente. Kyungsoo también sonrió
y se bajó de la banqueta, sentándose al lado de Jongin y quitándole la plata,
comenzó a hacer su trabajo. Jongin hizo un puchero.
- ¿Qué
haces?
- No me
gusta verte hacer eso. Yo lo haré por ti. - Jongin le miró, sin entender.
- Pero es mi
trabajo…
Kyungsoo
levantó la mirada del marco que contenía una fotografía de su madre y su padre
y le observó con el rostro en calma. Sus ojos se encontraron y se quedaron
mirándose fijamente el uno al otro, sin entender muy bien ninguno de los dos
por qué la necesidad de estar más cerca el uno del otro se les cruzaba por la
mente. Jongin se acercó finalmente a Kyungsoo y se sentó completamente pegado a
él, tan cerca que a Kyungsoo le era imposible mover su brazo derecho, y a
Jongin le era imposible mover el izquierdo.
- Así no
puedo limpiar. - Musitó el joven heredero.
- Hagámoslo
juntos. - Respondió Jongin, tomando el trapo. - Tú aplicas, yo froto. ¿Sí?
Se miraron
de nuevo, y dos sonrisas nacieron simultáneamente en el salón del piano.
- Juntos. -
Afirmó Kyungsoo, entrelazando los dedos con los de Jongin cuando éste le tomó
la mano y apoyó la cabeza en su hombro.
Enero de 1992
Kyungsoo se
revolvió en la cama cuando llamaron con delicadeza a su puerta. Éste sonrió de
inmediato al reconocer el ritmo de los toques.
-
¡Contraseña! - Murmuró, aún medio dormido. Una risa musical sonó al otro lado
de la pared.
- ¡Ya es
Navidad!
- Adelante,
pues. - Respondió, incorporándose y frotándose los ojos para enfocar a Jongin,
que entraba con tres toallas blancas perfectamente dobladas en sus manos y una
sonrisa brillante en el rostro.
- Buenos
días.
- Buenos
días. - Kyungsoo le devolvió la sonrisa, cómplice de cientos de secretos.
-Fin-
ME ENCANTAAAAAAAAAAAA
ResponderEliminarCUANDO ACTUALIZARAS?????
Perodn por las mayusculas a veces se me olvida que tengo la tecla pulsada
EliminarActualizaré cada Lunes ^^
EliminarY muchas gracias!! Me alegro de que te guste!!
Y no te preocupes por las mayúsculas. A todos nos ha pasado alguna vez ^^
Eliminar...¿Está bien que no me caiga... muy bien que digamos la madre de Kyungsoo, no? Porque sinceramente me parece una...... muy mala persona (Me he contenido, si XD) Aunque el profesor de piano le hace una buena competencia, pero se queda en segundo puesto (?) Espero que el padre sea, al menos un poco, mejor que ellos, o si no, tendrá que ponerse a la cola, hay dos por delante de él (De momento)
ResponderEliminarEn cambio la mamá de Jongin es todo lo contrario, es un amor, me encanta el cariño que les muestra a los niños, aunque me da pena, a la pobre la tratan fatal...
Me parece tan, pero taan tierna la relación entre Kyungsoo y Jongin, (Mi parte favorita fue cuando Kyungsoo ayudaba a limpiar la plata, fue increíblemente precioso) Como decía, son tan cariñosos, atentos, dulces e inocentes, realmente se nota que se quieren un montón.
Seguramente de ellos saldrá una relación hermosa, sincera y fuerte... Aunque al observar la situación, y como son la personas de los que están rodeados, lo más probable es que también sea difícil...
Este es mi comentario... tenía uno muucho más largo, pero mi portátil quiere hacerme perder la paciencia (algún día de estos la perderé del todo y lo tiraré por la ventana, te lo aseguro) y borró mi anterior comentario... Otra vez. (Paciencia por favor ven a mí (?))
Tan solo es el principio, pero me gustó tanto como lo tenía previsto, me encanta :3
¡Muchas gracias!, espero el próximo~ <3
No te lo vas a creer... Tenía escrita mi respuesta y el ordenador se reinició! D:< Ahora sé cómo te sientes...
EliminarBueno... Intentaré reescribir lo que te puse.., ;;
Sí, está estupendo que te caiga mal jajaja La mala gente es lo que se merece. Al padre de Kyungsoo... Bueno... Le veremos aparecer a lo largo de la historia, don't worry, y ahí veremos su carácter.
La mami de Jongin es amor <3
Intenté que entre los dos niños se viese la pureza e inocencia del amor en la infancia... Me alegro de que lo vieses y te pareciese bunito :B <3 Aunque crecer siempre es duro.
Me alegro de haber cumplido tus expectativas *-*/
Muchísimas gracias por tu comentario, Kath, como siempre <3 El próximo lunes más y mejor :3
Los ordenadores se alían en nuestra contra D: Tenemos que detenerlos antes de que sea peor! (?) ...No me prestes mucha atención, mantenerme despierta a base de cafeína me está afectando XD
ResponderEliminarNo sé porqué, pero has hecho que me preocupe por el padre de Kyungsoo... XD ya leeré como será su comportamiento en los próximos capítulos *-*
Te puedo asegurar que noté la inocencia del amor de la niñez... ¡Es precioso! >u< ¡Son totalmente adorables! <3
Ohh Dios, harás que ame los lunes, ¡¡Y eso no es para nada fácil!! XD ¡¡Esperaré el lunes con ansias!! (No me creo que haya escrito eso... ¡sacrilegio! XD)
¡Gracias a ti por escribir! <3
Acabarán dominando el mundo! D: Lo malo es que sin ellos no podría escribir y conseguir que me leyeses... Es una relación de amor-odio. xD Y te entiendo... Yo soy exactamente igual, pero con la teína xD
EliminarSu papá va a ser... Bueno. No a los spoilers. xD Time to time.
Ay, la niñez <3
Lo publico los Lunes por eso... Todos los odiamos, así que siempre es de agradecer algo bonito para hacerlos más amenos.
<3 <3<3 Qué amor que eres, pls <3 <3 <3
como puedo leer los demas capitulos de esta historia?
ResponderEliminar